miércoles, 10 de julio de 2013

Veraneantes (Marcelo Gobbi)



(Ilust. Blog)


Veraneo en Miramar
       Alentados por la promoción que le hacía al lugar un amigo, pudimos por fin visitar Miramar allá por enero de 2004.
Con ánimo aventurero nos internamos en abigarrados pasillos de carpas, y entre partidos de truco y mateadas nos dedicamos a estudiar a esa extraña criatura llamada veraneante miramarense consuetudinario (VMC), cuya etiología aborda este resumen ejecutivo.
            La primera característica destacable del VMC es su homogeneidad, que le permite ser fácilmente reconocido. A diferencia de lo que ocurre en lugares como Acapulco, Las Toninas, Saint Barthélemy o La Falda, que albergan una fauna variopinta de viandantes, en Miramar todos los turistas reincidentes son morfológicamente iguales(*).
Enfrentados con un extraño, los VMC profieren el mismo discurso, que comienza con la indagación acerca de cuán familiarizado está su interlocutor con ese destino. Cuando uno les confiesa que es la primera vez que lo visita, los VMC sienten la irrefrenable necesidad de proclamar que para ellos venir a Miramar es hábito arraigado, como para hacer pública la diferencia entre el experto y el novato, distinción que podría ser provechosa si se tratara de cirujanos o conductores de submarinos pero que aplicada a turistas desconcierta un poco. Nuestro trabajo de campo llegó inclusive a identificar expresiones que el VMC suele repetir como letanías, del tipo “nosotros venimos de (sic) toda la vida” o “yo es (sic) como si hubiera nacido acá”, que denotan un orgullo que sí comprenderíamos en quien dijera, por ejemplo, “fui al colegio a la vuelta de Piazza Navona” o “me eduqué en Heidelberg”. Pero dejemos que cada uno elija de qué estar orgulloso y avancemos en nuestras conclusiones.
La segunda característica del VMC es que parece determinado por una fuerza que lo compele a justificar o a disculparse por su presencia en Miramar, como si alguien le importara si veranea allí o en Turks & Caicos. Comienza esa defensa (que no está precedida de ningún ataque) mediante el reconocimiento de que se trata de un lugar que no ha sido atravesado precisamente por la belleza. Con su característica previsibilidad, durante los primeros dos minutos de conversación el 94,6% de los VMC relevados pronunció la palabra sorrible, expresión dialectal cuyo significado nos ha costado descifrar, pero que querría decir algo así como “no se trata de un sitio bonito”. A renglón seguido, articulan la conjunción “pero” y comienzan a inventariar una serie de razones que tornarían apropiado pasar quince días de vacaciones en un lugar que resulta desagradable. Esos prodigios incluyen invariablemente alguna referencia a la numerosa prole de los VMC, por cuyos intereses ellos pretenden velar postergando sus propios gustos cual corderos sacrificiales. En el 93,7% de los casos se escucha que los jóvenes disfrutan en este lugar de ciertas prerrogativas que no estarían disponibles en el resto del planeta, como la inusitada difusión del uso de la bicicleta (verdadero fetiche de un VMC), la relación tamaño-precio de los panqueques o algún otro producto de escaso valor agregado y el irresistible atractivo que presentaría una constante marea de adolescentes que van y vienen a través de “la peatonal” (por calle peatonal, ya que los VMC sustantivizan los adjetivos).
En el 98,23% de los casos relevados, los VMC presentan una relación inversamente proporcional entre fecundidad y prosperidad económica, con marcado predominio del subgrupo que muestra la abundancia en el número de hijos, y la escasez en la billetera, fenómeno propio de los lugares que, con poca delicadeza, solemos calificar como tercer mundo. Esta asimetría podría explicar por qué en Miramar abundan bicicleteros o especialistas en acné pero resulta imposible visitar un restaurante digno o asistir a un espectáculo que merezca ser recordado.
El epílogo de un típico discurso de VMC comprende un vaticinio lacerante: “Una vez que trajiste a los pibes acá no los llevás nunca más a otro lado”, lo que deja a uno pensando en el destino de esos jóvenes que dicen preferir un lugar por sobre otros que jamás han visitado ni, lo que es peor, se proponen visitar.

Marcelo Gobbi

(*) No hemos concluido aún lo estudios tendientes a determinar si Miramar atrae a individuos “del tipo VMC” o si, al revés, personas que inicialmente presentan diferente configuración cromosómico-cultural experimentan en Miramar una mutación que los convierte en VMC. Este análisis será motivo de un informe ulterior.

5 comentarios:

  1. En cualquier momento te llaman para darte las llaves de la ciudad jajaj Muy bueno ..... La verdad duele .....

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  2. Muy bueno. Fui debutante en Miramar hace dos veranos y comparto plenamente lo expuesto.
    Me gustaría hacer mención, como un detalle más, entre otros, de la cianosis y congelamiento cutáneo y de varios órganos, que experimente, durante mis intentos fallidos para poner mis pies en el mar.


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  3. ¡Ustedes no entienden porque son unos desalmados con sus criaturitas! Yo amo los helados de Mickey y la arena húmeda de esas playas con sus pasillos hacinados jaja

    Marcelo, qué buenas seguidilla de aguafuertes: Miramar, La Reina del Plata, Caracas, Rosario, hubo algo sobre un ascensor en San Pablo, sobre el pueblo de Libertad en Uruguay, sobre Belén en Escobar...y Guatemala... sumemos otros encantos latinos y publiquemos un florilegio con fotos temáticas. Yo te ayudo.


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  4. Yo sufría de fascitis plantar y usaba ese mar como desinflamante, un diclofenac naturista, o directamente para enfriar la sandía. Y conste que no soy Phillipe Junot sino bastante grasa. No vacaciono en ningún lugar paquete, pero me sigue pareciendo indescifrable el encanto de Miramar, if any.
    Abrazos
    Gobbi

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  5. La última vez que fui a Miramar tenía 16 años (enero del 1985...). En ese verano eramos tres amigas que estábamos de novias con tres amigos. El año pasado nos volvimos a juntar el grupo después de 27 años. Todos coincidimos: hay épocas y lugares inolvidables. Por las dudas a mis hijos adolescentes nunca los llevé, no sea que me tiren abajo mis recuerdos. Conclusión: a Miramar hay que ir por primera vez antes de los 14 años, único modo de entrar por esa puerta encantada! ja!

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