Dentro del armonioso plan de la sapientísima Providencia
divina existe un elemento que pasa muchas veces desapercibido aunque forme un
rol esencial en el sagrado orden cósmico. Su valor intrínseco queda opacado por
el aparente carácter azaroso de sus diferentes manifestaciones (cotidianas,
diarias incluso). Y sin embargo, se entrama tan estrechamente con las otras
fibras que conforman la tela de la vida, que su participación dentro del
sentido último de la vida humana y personal es innegable. Estoy hablando de lo
que llamo 'la gran joda cósmica'. Ésta consiste, a grandes rasgos, en la
combinación aparentemente aleatoria de condiciones variables que culminan en
una situación (casi inverosímil, pero real) donde la contingencia de la
relación entre los hechos revela una necesidad óntica constitutiva del
universo: esto eso, que el ser es/existe fundamentalmente, entre otras cosas,
para hacer reír.
Pongo un ejemplo para ilustrar lo que quiero decir:
Un chico de 22 años está haciendo sus prácticas pedagógicas
con el propósito de, algún día, ser profesor. Es la primera vez que da clases
en secundario y está muy nervioso e inseguro de poder lograrlo, casi hasta el
punto de abandonar la residencia. Luego de numerosas cavilaciones y ánimos por
parte de sus amigos, decide seguir adelante. Es su primer día y, si bien sigue
nervioso, todo se desenvuelve tranquilamente. Faltando sólo cinco minutos para
que termine la clase, sin embargo, la cadena causal de los hechos hace que el
destino vierta allí, en ese preciso espacio-tiempo y luego de una larga
(¿infinita?) sucesión de condiciones, la joda en cuestión (como un buen vino
que, añejándose a lo largo de décadas, es descorchado súbitamente por su dueño
y servido entre los comensales para una ocasión especial), la cual desemboca de
repente, sin aviso, golpeando -literalmente- a la puerta. La mensajera de dicha
joda es en este caso una paloma, que aparece de la nada (sin ningún mago a la
vista que la haya podido sacar de su galera) golpeándose contra la puerta del
aula, desde el pasillo interno de la escuela. La atención de los alumnos se
desvía inmediatamente hacía allí y en menos de medio segundo empieza a cundir
el pánico y la histeria general. Ante el imprevisto, ni el residente ni la
profesora titular alcanzan a evaluar suficientemente rápido la situación como
para atajar a una alumna que se dirige presurosamente a la puerta (movida por
un resorte moral poco claro tal vez) para guiar a la pobre ave hacia el
exterior. Siendo que la prudencia es la principal de las virtudes cardinales,
la evidente falta de ella genera una serie de consecuencias menos deseables aún
que la situación inicial, ya que hacer entrar a la paloma plantea el nuevo
problema de hacerla volar hacia una ventana abierta. Problema mayor incluso si
tenemos en cuenta que no hay ninguna ventana abierta.
Revoloteando sobre las cabezas de los asustados y chillones
alumnos, el ave se dirige a una de las ventanas que algunos de ellos estaban
abriendo.
Pero una joda no es tal sin un remate enérgico y definitivo.
La paloma, aturdida y tambaleante, presa seguramente de la
desesperación, termina por caer en el alféizar, con su cabeza atorada entre las
hojas de las ventanas corredizas, sin poder escapar y con los intentos de los
alumnos por ayudarla empeorando la situación. Con un movimiento grotesco pero
sutil, su cuello se rompe y el ave muere inmediatamente. El residente queda
entonces con la tarea de remover el cuerpo y alejarlo de los exaltados y
angustiados estudiantes. El cadáver es envuelto improvisadamente con una
cartulina y llevado fuera del aula.
La clase termina, como si cayera el telón en la mitad del
último acto de una obra de Beckett.
¿Por qué se dieron todas esas variables juntas, justo allí,
en un momento tan importante para el residente? Si estamos en el mejor de los
mundos posibles, ¿no hubiera sido mejor que la clase terminara más
tranquilamente? La única conclusión que puedo sacar de esta clase de
situaciones es que existen para contrapesar una actitud de excesiva seriedad y
una visión rígida y pesimista frente a la vida. El gran logro de esta
Providencia es que muestra que a veces es posible y hasta bueno convertir en
risa la pena y angustia, pintar sobre gris, sacar bienes de males.
(...)
¿Quién no anhela que Dios tenga sentido del humor? ¡A reír!
Reír y rogar porque Dios se ría conmigo, de mí y mis (nuestros) pequeños
infortunios superados.
Fede Caivano
AH me encantó!Y me reí mucho, por que es tan cierto lo que decis.Yo estoy segura que nuestro buen DIOS tiene sentido del humor, y hasta nos hace bromas y nos hace reir y se rie, porque nada sucede por casualidad, todo viene de la bondad de Dios, eso creo que es sencillamente la Divina Providencia, que hasta nos provee de humor y alegría. Gracias
ResponderEliminarMuy divertida la historia Fede. Me imagino que estarías dando tu clase con un alto "dominio" de los contenidos abstractos filosóficos y de repente se te cuela esa urgencia práctica. Uno se atolondra y se le escapa el personaje, jajaja. Como Tales que se cayó en el pozo.
ResponderEliminarPero comparto tu moraleja: no hay que tomarse tan en serio al personaje... hay cosas mucho más importantes. Ojalá uno pudiera vivir desde allí y transmitir eso en las clases. Tendría asistencia perfecta y no volaría una mosca.
Me acuerdo que hablamos sobre la decisión, ¡te hubieras perdido este momento y la oportunidad de contarlo! "Si nadie se ríe con lo que nos pasa, cual sería el sentido de nuestra vida" no?
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