Tomé ese sábado el ómnibus cerca
de O’Connell Bridge y me fui a Trim, cuyo castillo es el más grande de Irlanda
y data de la época de los normandos. El clima invernal era muy suave, sin nieve
y sin lluvia: solo una garúa débil, que hacía innecesario el paraguas.
Bajé en la parada, casi en pleno
campo, al lado del río Boyne y a pasitos nada más entré en la iglesia de St
Patrick. Al salir, ya casi enseguida, se encuentran las murallas y varias
ruinas dispersas del monumental castillo. Estaba cerrado, porque solo abre para
primavera, pero esto no impidió mojar mis zapatillas en una larga caminata,
visitando el río, las ruinas y las típicas casitas irlandesas, tan pintorescas.
Di de comer a los cisnes y patitos del Boyne y me puse a buscar lo necesario
para mis auspicios etruscos. En efecto saqué de la mochila mi pelotita Magigom
y me encaminé a un pequeño arco normando que había en el parque sobre el río.
Hice un gol en el mismo y, no contento con eso, le pedí a un papá joven que me
dejara atajarle un penal a su hijo. No se opuso y el niño –su nombre era
Fergus– pateó con bastante fuerza, a pesar de sus ocho años. Por supuesto le
dejé más de medio arco libre, marcándole el remate, y festejé el gol tanto como
él.
Como ya había pasado el mediodía
y el crío tenía hambre, le pregunté a Ciaran, el papá, si tenía problema en que
me sentara con ellos a almorzar. Saqué de mi bolsa jamón, un pedazo de cheddar
curado, un racimo de uvas y una botella de naranjada Tropicana. Hablamos un
poco de Argentina y me dijo que, si tenía ganas, a unos quince minutos de allí
había una cancha de fútbol gaélico, donde jugaba su hermano. Eso era ya
demasiado para mí, porque, si bien no me faltaban ganas, no quería seguir
tentando a la diosa Fortuna y al ya amenazante cielo gris oscuro. Sin embargo,
hice la caminata hasta la cancha, al menos para pisarla y ver si encontraba
tréboles (cosa imposible, pues abundan en primavera y verano, no en invierno:
los únicos que vi fueron unos diminutos en el campus del Trinity College
de Dublín).
No solo eso, sino que hasta
obtuve un autógrafo a Eoin Bradley: la nube de chicos que quería su firma me
indicaba que se trataba de alguien importante. Es un famoso jugador, que ese
día estaba simplemente de visita. Volví entonces a la parada del bondi pero
pasé antes por St Patrick y besé la imagen de la Virgen de Fátima que está en
el jardín. Le pedí un buen viaje a Lisboa, lo cual la Virgen cumplió con
creces, porque la tierra de Camões me iba a recibir de maravillas. Solo me
faltaba eso para poder irme con paz absoluta a la tumba.
R.L.
Muy divertido Raúl. Me metiste en ese paisaje. Hasta me dieron ganas de que me "atajaras" un gol a mí también en ese arco de lujo y de encontrarte a pesar del clima, un trébol para que te llevaras de recuerdo a casa.
ResponderEliminarMe quedé pensando en la maravilla del corazón humano, en que probablemente esos antiguos pobladores de quienes hoy vistas sus ruinas deberán haber tenido la misma sencillez y entrega juguetona del tuyo.
Eso de pensar que ya puedo "irme con paz absoluta a la tumba" también me pasa a mí después de conocer lugares anhelados. Tal vez lo haya escuchado en alguna de tus clases y me lo copié o tal vez es algo originalmente mío. Ahora que con Marisa dijimos de hacer el Camino de Santiago, se me ocurrió que no podía morirme sin conocer también Fátima. Así que me parece que son buenas excusas para seguir viajando y también para seguir viviendo, ja! Después de esto sumo definitivamente Irlanda que estaba en dudas, sí tenía claro que sí quería hacer Inglaterra, Gales, Escocia en auto. Un destino más en mi lista!
ResponderEliminarBuen viaje, Ángeles!!!!! Ya te veo con el bolso yendo de un lugar a otro! Beso.
EliminarMuy bueno profesor:
ResponderEliminarMuy divertido y valioso el momento.
Me hacía pensar en que la profundidad y el valor de vida, viene muchas veces revestido de sencillez: improvistos o sorpresas, suertes o providencias.
Me acuerdo, y siempre me voy a acordar de todas aquellas historias contadas en las tardes grecolatinas, eran mundos mágicos y vitales de una sencillez inquieta por conocer.
Qué linda forma de viajar! Lo de la tumba, ya sabemos que está al final, no hace falta incluirla en el itinerario. Espero que tengas muchos viajes, muchos días de itinerante caminante.
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