Primero, el Creador ordenó: “¡Hágase
la luz!” y se dio la posibilidad de divisar lo que Él estaba por crear y,
además, que sus creaturas animadas pudieran percibirlo, de percibirse entre sí
y a sí mismas. Ver y verse. Tomar conciencia. ¡Qué maravilla!
Según explicaba Emilio (Milan)
Komar, las raíces griegas ‘erg’ y ‘org’ implican acción, trabajo. Pues bien,
luz es energía radiante que
incidiendo en los cuerpos, interactúa con los mismos de manera que éstos
terminan reirradiándola a su vez. Si la luz incide sobre un órgano
apropiadamente sensible – el ojo, éste “la ve” o, mejor dicho, “ve” el cuerpo
que la originó brillando. Por supuesto, mediante el aprendizaje, por el cual
todos hemos pasado desde la más tierna infancia, somos capaces de captar y
diferenciar con los ojos colores, formas, texturas, extensiones, profundidades
y expresiones – corporales y anímicas. También las miradas de otros, que miran,
y sus miradas que se encuentran con la nuestra… para comprometernos mutuamente
a la contemplación de las profundidades insondables de las almas que se miran a
través de esos ojos. Que, de esa manera, se comunican y se participan.
En realidad, la luz es una mezcla
de longitudes de onda electromagnéticas que nuestros ojos detectan en parte y,
junto con el cerebro, procesan asociándole a cada longitud de onda un efecto
distinto que llamamos color. Un cuerpo iluminado por esa mezcla – “luz blanca”
– absorbe parte de esas radiaciones y reemite las demás y, entonces, esa luz ya
no es blanca, sino de un cierto “color” – propio de ese cuerpo. Además, la
misma no necesariamente genera el mismo efecto de color en ojos de otros
sujetos. Conocido es el caso de los daltónicos que casi no diferencian p. ej.
dos colores, que para los demás son netamente
distintos. Esto me hace pensar que Kant tenía su fundamento en sostener
que la percepción del mundo externo depende del ‘ajuste / sensibilidad’ de
nuestros sentidos; es decir, que depende de cada sujeto-que-percibe en
particular. De ahí la noción subjetiva de la realidad. Obviamente, de la “luz
blanca” podemos filtrar una sola longitud de onda – un color ‘puro’ – e iluminar el mundo, nuestra vida, con el
mismo. Y así podremos terminar viviendo p. ej. en un “mundo color de rosa”…,
“verde, esperanza”, etc., hasta que la invasión de la luz ‘blanca’ o de otro
‘color’ nos lo arruine. ¡Qué imbecilidad, ¡no?!
La luz es generada por algo que
brilla por sí mismo, que tiene energía. Aquella es irradiada al espacio y a
todo objeto que se interpone en su trayectoria lo ilumina: lo hace visible,
entregándole parte de su energía, lo hace partícipe de la vida. Los objetos
animados - cuando iluminados - se nutren de ella para mantener su propia vida o
generar nueva vida. La luz, directa o indirectamente, les es imprescindible.
Cómo para que yo ose a decir: ¡Fiat lux… fiat vita!
Análogamente, las personas que
brillan por sus ideas, valores, su vida ejemplar, virtuosa, iluminan a todos
los que las rodean - y aun más allá, tanto en espacio como en el tiempo - induciéndolos al cambio para que, a su vez, brillen
por sí solos y con su brillar expandan el ámbito de los hombres iluminados por
la virtud. Y, por otra parte, la Virtud ilumina por dentro a cada uno de ellos para
que puedan brillar aun más fuertemente y hacer la vida más luminosa y clara.
Somos hijos de la
luz, en todo sentido. Desde siempre. Buscamos, generamos y utilizamos la luz
física, en todo su espectro, para acrecentar nuestro bienestar natural. Pero
este último sólo puede darse en plenitud si nuestro ser está iluminado al mismo
tiempo también por dentro por el Espíritu que es, además, fuente de nuestra
esencia y razón de ser. Ser iluminados por la Verdad para poder, luego y por
reflexión, iluminar a los demás. Recibir esa Luz para retransmitirla al
entorno, pero de manera tal que la intimidad de las personas sea preservada y que,
a pesar de sus posibles desnudeces morales, sus imágenes resulten dignas de su
condición de hijos de la Luz – que ama y hace amar a todos. A la luz del amor…
todo es más bello.
Estanislao Zuzek
¡Qué maravilla Estanislao todas las analogías que nos regala!
ResponderEliminarLa luz, presencia y símbolo del gran misterio de la existencia.
Tan familiar e inasible a la vez.
En su meditación de la luz todo aparece como un gran don y un don que circula.
Dios mismo que se nos ha presentado como la luz de la vida (Jn, 8.12), donándose, cuyos reflejos se extienden desde los seres más elementales hasta las sutilezas de la vida espiritual.
Muy lindo Estanislao! a mí aunque me expliquen lo que es la luz física no termino de entenderlo bien. Sigue siendo tan misteriosa como la luz espiritual de la cual también hablás.
ResponderEliminarMe recuerda lo tuyo a la etimología de fós- foro: aquel que porta la luz. Tan cotidianos que sólo nos damos cuenta de su absoluto valor cuando se nos terminan...