sábado, 14 de julio de 2012

Literatura (Lydia Zubizarreta)

Jorge Zubizarreta, Nieve



“Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?”
 J.L.Borges,  La Biblioteca de Babel








“Un cuento de invierno” es el título que da Shakespeare a uno de sus relatos.  Fue pensado para ser contado en familia junto al calor del hogar en invierno.  Muy distinta intención es la de “Nieve”, título de una novela cuyo drama se sitúa en Turquía. Este país sufre una situación social comparable a la del invierno asolado por la nieve. Su autor, Ohran Pamuk, periodista y novelista, fue merecedor del premio Nobel de literatura. Como lector, uno no queda fuera del drama sino que participa.  Así es la literatura: nos sumerge, nos invita a otras vivencias, a otros conocimientos y sentimientos.  Es una invitación no a la objetividad sino a la intimidad.  Intimidad con los personajes creados, con uno mismo y con el autor.  También con el amigo que nos ha acercado a tal o cual autor. 
  El mundo de la literatura siempre me entusiasmó.  En la casona del colegio donde cursé primaria, subiendo hasta el último piso por los escalones de madera angostos y hundidos, se llegaba a un ambiente aparte, silencioso, lleno de estantes con promesas: la biblioteca.  Cada dos o tres semanas yo retiraba uno o dos libros.  Incorporaba todo lo que leía. Iba creándome un mundo lleno de aventuras, tan verdadero como el cotidiano.
  Ya en secundaria, nuestro profesor de literatura, apasionado y fino crítico de los textos que estudiábamos, hizo el milagro de acercarnos a los clásicos y los románticos, y a los autores que, como Voltaire, usaban el lenguaje como un filo de espada.  M. Metzger actuaba, declamaba, y nos ponía a los alumnos a actuar.  Entrábamos en una especie de familiaridad con Molière, Racine, Corneille y Hugo. Me impresionó un poema de Baudelaire, “El albatros”, que describe el vuelo del poeta y su torpeza en tierra, “sus alas de gigante le impiden el andar”.
  Una amistad de adolescente favoreció mi acercamiento a la literatura. Carlos Supervielle vivía muy cerca de mi casa lo que facilitaba nuestros encuentros.  Solíamos caminar bajo el sol o la llovizna. Yo escuchaba mientras él me hablaba de sus lecturas.  Me acercaba sus libros para que yo los leyera.  Así conocí a Dostoievski y a Kafka, a St.Exupéry y me animé a “Las flores del mal” de Baudelaire.  Yo me dejaba influenciar por Carlos dejando mi gusto y criterio en segundo plano, conociendo mi ingenuidad y mi falta de conocimiento.  Cuando Carlos partió a Paris para seguir sus estudios no interrumpimos nuestra relación sino que la transformamos en epistolar.  Con regularidad llegaba ese sobre azul con la estampilla francesa.  Dentro estaban su letra, sus comentarios, sus pensamientos y alguna hoja de otoño del Bois de Boulogne.  Su forma de escribir era buena literatura. Yo contestaba sus cartas conciente de no tener el mismo don.  Después de unos años nuestro contacto epistolar fue silenciándose.  Guardé muy bien esas cartas, sabía que eran importantes.  Sentí mucho desprenderme de ellas, por consejo de mi madre, antes de mi casamiento.  Debí haber guardado ese registro de una amistad basada en el amor a la literatura.  Carlos tenía alma de poeta.  Me causó mucha pena su enfermedad y temprana muerte.  Era como el albatros, amplio y libre en vuelo e inestable en tierra.  Su abuelo, Julio Supervielle, de nacionalidad franco-uruguaya, fue uno de los grandes escritores del s.XX.  Autor de poemas y de relatos como “El hombre de las Pampas” y “La niña de alta mar”,  entre sus méritos está el de haber impulsado las Ediciones Gallimard colaborando en la  selección de autores. 
Mi familia siempre amó los libros y teníamos una buena biblioteca.  Libros en inglés, francés, alemán, y alguno que otro en castellano o portugués.  Algo así como aquello que Borges contaba de la biblioteca de su padre, que eran en su mayoría libros en inglés, por eso cuando leyó “El Quijote” en castellano pensó que era una mala traducción.  Ironías de Borges. 
La literatura es universal en el más amplio sentido del término.  Podemos estar leyendo el I Ching, o a Omar Khayyam, Walt Whitman, San Agustín, San Juan de la Cruz o Sor Juana Inés de la Cruz.  Los novelistas de América Latina o Joseph Conrad, José Hernández,  Goethe o Dante.  Lo muy cercano también es valioso, lo sé pues tengo amigos escritores.  Sus libros revelan lo que su presencia no deja ver.  Pueden ser fantasías como en “Foto de Familia” de Mariam Alizade o un testimonio como el de un sacerdote en Neuquén, junto al Obispo Jaime de Nevares y a otros sacerdotes, en tiempos difíciles. 
El ser humano se expresa a través del lenguaje.  De ahí la pregunta del escritor: “tú que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?” 


Lydia Zubizarreta
Quila Quina



4 comentarios:

  1. Qué lindo relato Lydia!¡Cuántos recuerdos! Me pareció estar al lado tuyo en Quila Quina, las dos junto a un fuego con ese paisaje de fondo, tomando un licorcito y compartiendo historias de vida.
    Ahora entiendo por qué sos tan buena lectora. La mejor lectora que he conocido. Recibís las palabras con mucha ternura y delicadeza. Buscás comprender el corazón de los otros como si se tratara de los más imprtante del mundo en ese momento. Sos como "el lector infrecuente" del que habla Steiner, el que es capaz de "une lecture bien faite"

    "Una lectura bien hecha no es otra cosa que el cierto, el verdadero y sobre todo la cabal realización del texto, la cabal realización de la obra; como una coronación, como una gracia particular que pone el punto final..." (Ch. Peguy)

    ¡Qué pena que le hiciste caso a tu mamá y te deshiciste de esas cartas!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Marisa, qué elogio maravilloso: ser buena lectora, recibir bien las palabras, no hay nada que me parezca más importante, es verdad. Gracias! Espero que sea cierto, haré que lo sea, cada vez con más conciencia. En cuanto a hacerle caso a mi madre....a veces tenía razón, a veces no. Esta vez, no la tuvo, y yo fui tonta!
      Te espero en Quila Quina, con un guindado, o caminando en el bosque, a contarse historias.

      Eliminar
    2. Gracias, Angeles, lo más importante creo que es incorporar las vivencias, no guardarlas, porque con el tiempo y la vida todo cambia de valor. De cualquier manera yo me arrepiento, igual que vos, de haber tirado esas cartas. El escribir sobre esto me ha aliviado. Te agradezco el comentario y tu apertura.

      Eliminar
  2. Muy lindo relato, Lydia, cuántas lecturas!
    Yo también un día tiré todas las cartas de amigos, ex novios y demás... hasta el día de hoy me estoy arrepintiendo...
    una vez entré al cuarto de una de mis hermanas (ya eramos grandes las dos y ella estaba pasando un día gris) y estaba sentada en el piso rodeada de fotos, cartas, tarjetas y cosas de muchos años atrás. Nos miramos y antes de ponernos a llorar juntas nos empezamos a reir como locas! Hasta el día de hoy nos acordamos.

    ResponderEliminar