Un día, hace más
de 25 años, en lo mejor de mi juventud, tiré un bolso en la arena en una playa que
casi no conocía.
Una playa lejana
en dirección “al sur del Atlántico sur” que, aunque uno no pueda imaginarse,
tiene playas. Quizás tendrían que llamarse de otra forma porque lo que cualquiera
puede hacer ahí es diferente a lo que haría en la playa. Pero como se llama
playa la gente va en malla, pone una sombrilla y se baña… increíblemente.
Porque ponerse una malla ahí es un acto de inercia absoluto.
Pero esa palabra…PLAYA
te hace perforar para clavar una sombrilla que puede volar a 60 km por hora en
cualquier momento o semi desnudo meterte
en un mar que te deja sin respiración. Solo es un ejercicio al que se parece convocado al
ver el cartel “balneario” o “playa”.
Esa maldita
palabra. Más interesante se pone un poco más al sur, que en lugar de arena, en
la “playa” se pisa canto rodado. Pero como es una playa uno anda descalzo
exponiéndose no sólo a infartos por el frio o decapitaciones por las sombrillas
sino, además a fracturas por la irregularidad de las piedras.
Era enorme, fría
y por milagros de la semántica, concurrida por los lugareños que estarían
orgullosos de decirse entre ellos, “¿vamos a la playa?” o sentenciar “el domingo vamos a la playa” a sus hijos. Esa posibilidad de enunciar esa
idea en ese lugar era sin dudas poder imaginarse estar en otro muy distinto.
Quizás una buena foto en la que no saliera el viento, ni el del norte ni el del
sur, era posible y ahí se tendría en el portarretrato familiar una foto en la
playa sin dudas. “A la tarde se levanta la brisa. Vuelan los perros.” Decían
los más realistas. Era realmente exótico pero no en el sentido tropical sino
todo lo contrario.
La casa de buceo
donde iba a trabajar quedaba a una cuadra de la playa. Era diciembre, llegue
con mi bolso a un lugar donde nadie me esperaba y si no iba les daba
exactamente lo mismo. Pero ahí estaba en uno de mis humildes “exit familiares”. Lo había conocido en un “exit” previo cuando
viajaba a dedo con una amiga. Ella era la tercera de los hijos que su madre
echaba de la casa. A pesar de haber
visto las expulsiones anteriores no estaba preparada y no sabía muy bien adónde
ir. Nos fuimos juntas. Yo había echado a
mi casa de mi vida hacía mucho tiempo.
Creo que era el mismo bolso con el que salí a dedo con ella sin elegirla
y sin elegirme sólo arremolinadas por un profundo deseo de evasión.
Cecilia Mosto
Playa Unión: "Imperdible" dice la compañía turística. La playa será imperdible, el que se pierde es uno con tanto viento. Y al parecer te hubiera venido fantástico que el viento te llevara como a Mary Poppins quién sabe a dónde.
ResponderEliminarMuy lindo tu relato patagónico, Ce. Siempre me hace reír tu sarcasmo. Sos muy ocurrente.
Parece una descripción de las playas de Oregón ( en verano) jajaja.... El frío del agua te corta la respiración y los unicos que se meten en el agua son los chicos!!!! Yo nunca llegué a más del tobillo.... Y el viento....... Para la próxima entrada.....
ResponderEliminarMe encanta la parte de "echar la casa de la vida" !! qué sanador puede ser lograr eso!!
ResponderEliminarTambién me gusta la idea de encontrarse una amiga "arremolinadas" ambas por el deseo de evasión..... ella por lo que contás cumplía un deseo de su madre (que la había echado) Tu deseo, en cambio me gusta más, porque te escapabas queriéndote escapar. Y aprovechando ese viento....cómo empuja el viento del deseo, de la evasión...!
El viento...y por suerte también existe la imaginación...te permite una evasión sin culpa, gratis y con poco impacto en la salud...
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