Foto
archivo personal
Día: miércoles 12 de enero de 2000.
Lugar: Bariloche, ruta de “las Cuatro Lagunas”
(Azul, Cretón, Jujuy, Ilón).
La
foto está sacada –con automático, pues sólo éramos tres- en el tercer día de
marcha, entre las lagunas Jujuy e Ilón.
Para
el que no me conoce personalmente: yo, soy el de la izquierda.
Amaneció tormentoso y la marcha se pospuso
para el mediodía, luego de almorzar algunas latas de paté. Uno de mis colegas
(el de la derecha), necesitaba volver a Bs. As. y por ello no podía esperar el
buen tiempo.
Cuando ascendimos, nos metimos en las nubes y
perdimos “la picada”. Cinco años antes habíamos hecho tal recorrido pero la
montaña cambia tanto…
“Hay que recordar este momento…” dijo mi
amigo del medio, dueño de la cámara. La acomodó entre las piedras en uno de los
peores momentos de la travesía y obtuvo la foto. Nuestras caras expresan apenas
algo de lo que pasábamos interiormente en ese momento. El fondo blanco tiza son
las nubes que tapaban todo: allí tendrían que verse el azul del firmamento y el
incomparable paisaje cordillerano…
Seguimos la marcha con los ojos de la
intuición, rezando y gritándonos puesto que de a ratos no nos veíamos a pesar
de estar tan sólo a 10
metros de distancia el uno del otro.
Quedé último.
No supimos ver la mano de la Providencia cuando con
el único rayo de sol de la tarde señaló unas piedras: bastante tiempo después
descubrimos que por ahí deberíamos haber bajado la montaña.
Había que bajar y decidimos hacerlo aún sin
camino. No quedaba otra alternativa. Y si arriba nos perdíamos en el medio de
la nube… abajo veíamos, pero llovía a mares.
El descenso fue realizado como se pudo:
resbalando, rodando, asiéndonos de las lengas achaparradas cuyas hojas –en
forma de cuchara- nos bendecían con su carga de agua reciente e interminable.
Mojados hasta la ropa interior pero
milagrosamente ilesos puesto que quebrarse por lo menos una pierna hubiera sido
bastante esperable en semejante raíd, llegamos a una “pampita” (tal como allí llaman
a las breves llanuras entre montañas).
Aflojó algo la lluvia y uno de los nuestros
se fue a buscar el sendero.
Sobre nuestras cabezas pasó chillando una
bandada de pájaros: único rastro de vida más allá de nosotros mismos.
Lloré.
El explorador volvió con la noticia feliz de
haber encontrado el camino pero nuestro deterioro psicológico no dio para
caminar un solo paso más y acampamos allí. Toda la epopeya debe habernos
costado 4 horas reloj pero fue una vida.
Al día siguiente llegamos a la laguna Ilón
que no distaba más de media hora de caminata. ¡Cómo estaríamos para no poder
aguantar treinta minutos más ese día!
Experiencia imborrable de finitud y
necesidad. Estar perdido creo que no dista mucho de la muerte como negación de
sí mismo.
En esa tarde de montañas y lluvias, creo que
la vida me bautizó con una faceta nueva y desconocida de sus almacenes
infinitos.
Ignacio
Leonetti
¡Qué feo Ignacio lo que te pasó!
ResponderEliminar¡Con qué desesperación lo contás!
Me hiciste pensar en qué poca cosa somos si nos arrancan de nuestra "civilización". Del mundo que hemos construido sobre el mundo.
Gracias, Ignacio, por compartirnos tu experiencia. Qué fea sensación es estar perdido y que poco a poco, te va venciendo la circunstancia al punto de ver asomar el rostro de la muerte, como bien decís. Yo he estado perdido unas cuantas veces y mi viejo siempre me decía: "No hay que desesperarse que es peor", a lo cual yo interpretaba como un inmovilizarse para no terminar de quebrantarme, ja! En fin, gracias por tu texto.
ResponderEliminarBuen relato de una experiencia dura Ignacio. Heidegger decía medio en chiste que el que no se interna en la alta montaña no puede pensar el ser. Miralo por ese lado. De todos modos, no se puede vivir siempre en esta jungla de cemento, hay que salir al mundo natural y lanzarse a conocerlo. En el invierno de 1997 en Las Leñas me pasó algo parecido, pero estaba sólo y de noche...
ResponderEliminarGracias Marisa, Héctor y Claudio: les puedo asegurar que la vivencia quedará marcada para siempre en mi alma. Ese día creo que hice algún duelo en mi interior conmigo mismo.
EliminarRespecto de lo de Heidegger, conocía su dicho y coincido plenamente. La montaña toca algunas de las fibras más íntimas del pesar.