Este pronombre,
nosotros, de primera persona del plural,
connota sensación de cobijo, calidez, sentido de identidad y pertenencia. Nos
sentimos acompañados por los distintos
“nosotros” en que habitamos. El más pequeño y primero que conocemos es nuestra
familia de origen, al que se suman todos los que vamos agregando a lo largo de
nuestra vida.
“Nosotros” que se unen a través de hilos invisibles pero que
marcan un territorio de vida compartida.
Grupos de compañeros de colegio, facultad, barrio, trabajo, deportes,
afinidades de cualquier tipo hasta habitantes de una nación con los que podemos
ser completamente desconocidos pero a quienes
sentimos nuestros , si los encontramos en países lejanos.
Es una indudable
fuente de alegría en la vida el encontrarnos con un grupo de personas con los
que sentimos esa unidad que nace de afinidades, gustos, recuerdos,
experiencias, o proyectos compartidos. Nos sentimos allí pisando un suelo
firme, un espacio abrigado y confiable.
Pero esta
necesidad y realidad humana de
pertenecer a un nosotros puede tener una contracara. Si estos grupos de
pertenencia se auto delimitan, se hacen orgullosos de los que son cerrando sus
puertas a cualquier novedad, se convierten en
algo que empobrece más que enriquece. Sus miembros pueden crear
murallas, no querer que nada ni nadie entre ni cambie lo que ya es, entonces
esa seguridad que da la
pertenencia genera algo negativo, un miedo a lo diferente , a lo que no es ese
“nosotros” y es común que esta actitud
genere hostilidad en el
afuera. Muchos de los resentimientos
humanos nacen de no haber sido recibidos
por otros, de haber encontrado cerrada una puerta que se esperaba abierta.
Cuando aparece el
pronombre “ellos” con un sentido de separación y los que no pertenecen son mirados con
superioridad o como fuente de supuestos peligros, lo que era un espacio para
crecer se convierte en un lugar de necrosis.
Se acaba toda posibilidad de intercambio, comunicación, se corta el
contacto con aquello que nos puede hacer crecer.
Es muy difícil salir de estas posiciones cuando están en
juego temas en los que hay que tomar decisiones concretas, prácticas, y los que
vemos como “ellos” piensan exactamente lo contrario a nosotros, y creemos que
pueden perjudicarnos, pero aun así creo que el encierro no lleva a soluciones
sino por el contrario solo conduce a
agrandar la brecha y generar mayor hostilidad. Las emociones que se despiertan
hacen muy difícil la apertura, el pensar con claridad y poder reconocer algo de
verdad o bien en el otro, pero realmente creo que es el único camino por donde
se puede avanzar.
Eugenia Guastavino
Muy actual tu reflexión Eugenia. Nos cuesta tener una actitud de escucha. A mi me esta costando escuchar a los que parecen sordos. De tanto hablar con sordos, uno se pone un poco sordo también y cae en una espiral de incomprensión y violencia.
ResponderEliminarHola Eugenia, muy interesantes las ideas del nosotros y del ellos. Te paso el final de una conferencia que dio Virgilio Zapatero, de la universidad de Alcala, sobre la tolerancia y el respeto. Cambia la concepción del "ellos" con respecto a lo tuyo, pero creo que comparten el mismo espíritu. La lección inaugural se llama: "Tolerancia y Respeto: murallas y puentes" se consigue en la web entera:
ResponderEliminar"Pero la Universidad – institución en la que tanto confía la sociedad- no puede quedar al margen en esta batalla por una sociedad cada vez más abierta. Lo debe hacer combatiendo con su ciencia el populismo, la demagogia y las mentiras sobre las que se asientan las actitudes xenófobas. Y lo puede y lo tiene que hacer enseñando a nuestros estudiantes la gramática de la virtud pública con el buen uso de los pronombres personales: el ellos de la tolerancia, el usted del respeto y el tú de la amistad. En suma, haciendo posible lo que Richard Rorty denomina la educación sentimental de nuestros jóvenes."