El
origen del término se remonta a la época de los romanos. El virtuoso que se
distinguía de los demás por su forma de ser y por sus hechos era (re)conocido
(adj. notus – proveniente del verbo noseo, conocer y, finalmente: nobilis; y, por mi cuenta, aventuro que
este último provendría de no(ta)bilis ).
Las virtudes están relacionadas siempre al corazón y el noble era destacado
como ejemplo de conducta para los demás, por su corazón, para que transmitan
luego esa actitud con su propio obrar a las generaciones futuras. Noble es
quién procede según su recto sentir, su conciencia, honestamente, en
cualesquiera circunstancias. Digamos, a prueba de yerros, inalterable y siempre
predispuesto a obrar el bien;
preservando su virtud aun en condiciones desfavorables, hostiles.
Un
concepto análogo se aplica a ciertos metales que hasta en medios químicos
relativamente agresivos mantienen intacta su bella apariencia. Por eso se los
utiliza en joyería y orfebrería – en cuanto su virtud de permanecer
inalterables, los metales nobles.
Igual que los elementos gaseosos que, frente a casi todas las sustancias, son
químicamente inactivos – los gases
nobles; por inertes, por permanecer “puros” o intactos. Tanto éstos como
aquellos metales presentan ese comportamiento de ‘cuasi incorruptibilidad’ en
razón de su estructura atómica. Podemos decir, pues, que esa inercia reside en
su naturaleza: en su esencia de elementos
nobles. La nobleza les es intrínseca.
Hablamos
de nobleza cuando nos referimos a la perseverancia de las personas en obrar el
bien, por su naturaleza y de puro corazón; al igual que de otros seres
vivientes con cuyo concurso podemos contar con seguridad siempre (caballo,
perro o planta ‘nobles’… fieles, y
que ‘están ahí, ¡siempre!’), e incluso de cosas inorgánicas que de tanto
solicitarles esfuerzos en el uso continúan funcionando, brindándonos servicio y
satisfacción. En este contexto, según un amigo metalurgista de alma, deberíamos
hablar preferentemente del “noble metal – el acero”, que tantos beneficios y
servicios presta a nuestra civilización (impensable sin ese metal, por cierto),
resistiendo frecuentemente condiciones de uso extremas, sin ceder. Por su
persistencia en el tiempo, la nobleza – de corazón o de las cosas – es garantía
y fundamento de la confianza y, luego, de la vida digna. Casi podríamos pensar
en su atemporalidad: ¡Está! Como toda virtud, la nobleza de espíritu se
transmite a la descendencia esencialmente mediante el ejemplo de vida
cotidiana, por generaciones. Aunque,
desgraciadamente, también puede terminar reducida a una clase social
encumbrada, poderosa, ostentosa y encerrada en sí misma - al estilo de una
hermosa cáscara de fruta, vacía de pulpa y simiente - predominando las
costumbres y el título heredado a expensas de la nobleza de corazón.
Posiblemente, tal nobleza, como clase social, se encuentre cerca de su ocaso,
puesto que el (gran) poder ya se encuentra en manos de quienes manejan inmensas
fortunas - que posiblemente no hayan sido logradas con procedimientos nobles,
i.e., al margen del corazón – y que se han erigido en la nueva aristocracia de
los que más tienen para gobernar el mundo… a su propio servicio. Es de imaginar
que estos ‘nobles’ – poseedores de megafortunas - y ‘famosos’ pasarán con bastante rapidez al olvido, para
ceder lugar a otros que seguirán encumbrando la ‘nobleza del tener’… la cada
vez más grande cáscara vacía – y con una muy pobre perspectiva para la
humanidad, por cierto.
Por
suerte, siempre existen y surgirán personas que escuchan en primer lugar su
conciencia y privilegian el ser al tener y que, además, piensan en el prójimo y
la sociedad ante todo, desinteresadamente. Son los que derrochan bondad a su
alrededor, sin esperar reconocimiento, y que constituyen la genuina nobleza de
la actualidad – la del espíritu y amor al prójimo y que obliga en conciencia.
Éstos trascenderán generaciones, asegurándoles, sí, perspectivas promisorias,
incluyendo nuevos y genuinos nobles.
Estanislao Zuzek
Muy buena reflexión, Estanislao.
ResponderEliminarMe interesó principalmente esa relación que hace entre el "permanecer en" y la nobleza. Me hizo acordar al consejo evangélico. Y también a una enseñanza de Komar en la que asociaba, la "constancia" en la entrega a la propia vocación con la "consistencia" de la persona. Insistía en que una de las batallas más difíciles de la vida se vincula con la capacidad de persistir en lo de uno a pesar de las dificultades y sobre todo... del cansancio.
Marisa, agradezco su interesante asociacion de los conceptos de constancia y consistencia... En cuanto al cansancio, naturalmente: "¡Nobleza obliga!" - pero con la ayuda de Dios, ¿no?
EliminarAdhiero a que, por suerte, siempre existirán personas nobles y desinteresadas. Realmente son nuestro respiro en la vida de cada día. Qué buena relación, Marisa, entre constancia y consistencia!
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