http://oyeborges.blogspot.com.ar/2011/02/en-retrospectiva-funes-el-memorioso.html
Una vez pasé
por la puerta de la habitación de mi hija entonces de nueve años y la escuché gritar
¡Me cago en Manuel Belgrano! Estaba
enojada porque tenía que hacer dos tareas escolares. Por un lado, memorizar las
precisas respuestas a treinta y nueve preguntas relacionadas con el prócer,
muchas de las cuales no parecían muy relevantes en términos históricos (como el
nombre de sus siete, o nueve, hermanos) y por el otro el desafío de recordar
una cantidad de datos sobre nuestra Bandera, que incluían la cantidad y el
diámetro de los rayos del sol que la adornan y los nombres de las partes del
dispositivo que sirve para sostenerla. Descubrí que existen palabras como moharra o cuja, que podrían casi calificarse como lengua muerta, pues hoy no
forman parte del habla popular ni culta de un pueblo.
Le
dije que estos ejercicios me parecían una falta de respeto al finado Gutenberg
o al vigoroso Google (¿Googletenberg?).
Luego llamé a otro de mis hijos, que había pasado dos años antes por la misma
experiencia. Me dijo que no guardaba el más mínimo vestigio de semejante
erudición patriótica.
Pregunté en
el colegio por qué al ocuparnos de la Bandera buscamos diseccionarla como un
entomólogo en lugar de estimular la admiración y el cariño que, creo, merece Belgrano.
Me dijeron que eran contenidos impuestos por no sé qué autoridad educativa. Pensé
que aprender algo que se detesta debe de ser bastante arduo; quererlo, casi
imposible.
Bertrand
Russell viene en mi ayuda: “A los niños se los obliga a aprender de memoria
fragmentos de Shakespeare, con el resultado de que terminan indefectiblemente
asociándolo al aburrimiento libresco. Si pudieran dar con él en carne y hueso,
lleno de jovialidad y de cerveza, quedarían boquiabiertos, y si nunca hubieran
oído hablar de él, querrían leerlo. Pero si han sido vacunados contra él en la
escuela, jamás llegarán a gozar con él. Exactamente lo mismo se aplica a las
lecciones de música. Los seres humanos tienen cierta capacidad de goce
espontáneo, pero los moralistas y los pedantes son los dueños de los
instrumentos de esos goces, y tras extraerles lo que ellos consideran el veneno
del placer, los han dejado monótonos y tristes, desprovistos de todo lo que les
confiere valor. Shakespeare no escribió con la intención de aburrir a los
escolares; escribió para deleitar a las audiencias” (New hope for a changing world, 1951).
En
Funes el memorioso, Borges relata que
el protagonista era dueño de una memoria tan portentosa que le permitía
recordar no ya cada árbol del campo donde vivía sino la posición de cada hoja
de cada árbol en cada momento del día (una vez se propuso recordar un día
entero y esa tarea le insumió veinticuatro horas). El cuento termina con una
sentencia terrible: a Funes le era imposible el pensamiento, que presupone la
abstracción, la eliminación de particularidades. Pensar -dice el autor- es
olvidar diferencias.
Tal
vez debamos dedicar algún tiempo a impartir clases de una nueva materia, que llamaríamos
Olvido. Desdichadamente, no faltará un Ministerio de Educación que reglamente
hasta un nivel exasperante de detalle qué es lo que debe olvidarse y cómo se
debe tomar examen de semejante asignatura, algo que no logro imaginarme. De ese
modo no dejará ningún margen a la libertad a los educadores creativos,
verdadero terror del burócrata. Lo regulará con una precisión inolvidable.
Marcelo Gobbi
Muy bueno Marcelo! Comparto lo que decís.
ResponderEliminarAunque mis hijos nunca se han tomado el trabajo de memorizar y así les va...
Creo que hay dos tipos de memoria. En "Apocalípticos e integrados" Umberto Eco cuenta que cuando Gutenberg inventó la imprenta muchos se escandalizaron porque temían que debido a la facilidad de acceso a la letra escrita el género humano perdiera la capacidad de la memoria.
Los textos se guardaban en la memoria pero era una memoria viva, que iba tejiendo la identidad del hombre y su pueblo.
Habría que rescatar este tipo de memoria.
Pero para eso se necesita que el maestro este vivo y que lo que tenga que transmitir lo llene a él de entusiasmo y lo contagie a los alumnos. Que los alumnos estén vivos.
Una profesora amiga mía me contó que les estaba hablando con mucho entusiasmo de Sócrates a sus alumnos de la facultad y ellos la miraban inexpresivamente. Entonces paró la clase y les dijo: "¿Pero qué les pasa? ¿Están vivos? A lo mejor se murieron y yo no me dí cuenta..."
Excelente Marcelo! Y coincido totalmente con vos. Creo que es bastante lamentable que los ministerios de educación vayan por el camino que van , parece que el objetivo es desinformar y embrutecer a los chicos, y llevando a los golpes a los educadores de verdad, que saben y quieren ser buenos en los suyo simplemente siendo para los chicos verdaderos maestros de la vida den la materia que den. EN fin es un tema que me desespera porque me llena de impotencia y bronca.
ResponderEliminarMuy bueno Marcelo! tal cual, hay contenidos que de verdad no tienen ningún sentido. Igual, como siempre, está bueno miti-miti. Un profesor mío de lengua nos hizo aprendernos a cada uno un poema español o el comienzo del mio cid en castellano antiguo. Y tengo compañeros que todavía se acuerdan de El conde arnaldos y de 'de los sos ojos tan triestemente llorando, sentava la cabeca y estabalos catando', que de otro modo hubieran quedado en el olvido. También un poco de memoria es condición para hacer esas relaciones, abstracciones, etc. tan ausentes en Funes.
ResponderEliminarGenial el escrito; lográs tomar las realidades que nos desesperan y expresarla con una sencillez casi cómica, como debería hacer cualquier maestro.
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