sábado, 13 de octubre de 2012

Nieto (Martín Susnik)

 
 http://comosobreviviralamaternidad.blogspot.com.ar/2011/08/los-abuelos.html. Ilust. Blog




          Al menos por un tiempo más, puedo darme el lujo de decir que soy “nieto”. Si bien mis abuelos paternos, Jakobo y Antonia, y la mamá de mamá, María, están descansando ya en el regazo del Señor – más que merecidamente, por cierto – todavía cuento con la particular presencia de don Francisco, mi abuelo materno, o Stari ata (“viejo padre” en esloveno) Pum-púm, tal el nombre que le puse cuando pequeño, ya que el abuelo se dedicó toda su vida al noble oficio de la carpintería.
         Ser nieto es algo muy particular. La mayoría de nosotros tuvo o tiene la gracia de poder serlo, de modo que no se trata de algo irregular. Sin embargo, por generalizado que sea, no deja de ser especial en cada caso. Ser nieto es estar al amparo de aquellos que, por su experiencia y trayecto recorrido parecen estar más allá del bien y del mal; es poder darse el lujo de que alguien te eduque y malcríe al mismo tiempo, en una extraña relación que a veces los padres no entienden. Ser nieto es saberse amado de una manera distinta a la que aman los progenitores, los amigos y la persona enamorada. Y si cada tipo de amor es reflejo del amor divino, ser nieto es como ser amado por Dios, pero en los días en los que Dios está más relajado y tiene ganas de contar cuentos.
         Además, ser nieto es ser amado así, pero de maneras distintas. En efecto, no era lo mismo ser nieto de stari ata Jaka (Jakobo), que serlo de stara mama Tončka (Antonia), o de stara mama Mici (María) o de stari ata Pum-púm. Las diferencias son razonables, ninguna relación es igual con dos personas distintas. He ahí lo enriquecedor del encuentro interpersonal, en su divergencia e inagotabilidad. ¡Y qué más inagotable que un abuelo o abuela!
         Al abuelo Jaka lo conocí poco, falleció en mis años púberes y tras cierto período de salud delicada. Lo recuerdo como hombre silencioso, como el sacristán de la parroquia... Su partida es para mí el primer recuerdo que tengo de alguien cercano que se haya ido. La abuela Tončka fue un ejemplo principalmente de piedad, yendo diariamente a misa, aún cuando sus dificultades ortopédicas la obligaban a demorarse hasta media hora para hacer las tres cuadras que la separaban de la iglesia. La abuela Mici era una manifestación de laboriosidad, paciencia y sabiduría. Recuerdo sus silencios, su sonrisa auténticamente feliz, su disponibilidad, y también la calma de sus últimas miradas, esas de las que son capaces los que, habiendo superado los noventa abriles y habiendo hecho todo lo que tenían que hacer, perciben que este valle de sonrisas y lágrimas empieza a resultarles ajeno. Francisco, el que todavía me queda, es probablemente el más personaje de los cuatro y también aquel con quien la relación ha sufrido más variaciones a lo largo del tiempo. Aprendí a admirarlo desde un principio (sus anécdotas de orfanato y de guerra despertaban un instantáneo éxtasis en mis oídos infantiles). Aprendí a maravillarme con él (la manera de brillar que tienen sus ojos claros cuando habla de mi abuela – como si se hubieran puesto de novios la semana pasada – me impresiona desde que comencé a interesarme por las señoritas hasta hoy mismo, cuando él extraña a su esposa y yo dejé de interesarme en señoritas para interesarme en mi reciente “señora”). También llegué a distanciarme de él (confieso que su obstinada verborragia y su carácter de “licenciado en todo” me alejaban un poco – y para colmo nunca le gustó el fútbol...), casi llegué a tenerle lástima (a cierta edad la mente nos juega bromas, decía Abraham Simpson, y mi abuelo no puede evitar ser una expresión de ello), pero finalmente no se la tuve y ello por dos razones: una es que hay algo en eso de sentir lástima que no me cierra, sea con quien sea; la otra es que haberla tenido con stari ata, sería una manifestación de ridícula insolencia pendejeril de mi parte. Finalmente, aprendí a admirarlo de nuevo. Volví a prestarle atención a las cosas que dice, volví a maravillarme, redescubrí la mucha vida que tienen sus palabras y sus historias, aunque a veces me toque escuchar la misma anécdota múltiples veces a lo largo de un mismo almuerzo.
         Hace poco me pareció ver que la mirada del abuelo Francisco empezaba a tomar ese matiz que describía antes en los ojos de mi abuela. Se debe estar preparando. O ya está preparado, es lo más probable. Por ahora, puedo decir que sigo siendo nieto, y doy gracias a Dios por ello. Así como doy gracias también por aquellos tres que ya no están, pero que tanto me han dejado y sin los cuales tampoco yo estaría. Doy gracias y los quiero mucho. He aquí mi humildísimo homenaje para ellos, que ya no están más allá del bien y del mal, sino allí donde todo está bien.


Martín Susnik

2 comentarios:

  1. ¡Qué lindos recuerdos Martín! ¡Qué grande lo del "pum-pum"! ¡Qué lindo saberse así querido!
    ¡Y qué orgullosos de vos también deben estar tus abuelos! Sos un privilegiado. (Yo conocí sólo a una abuela y no tengo tan buenos recuerdos).
    ¡Y Gracias por hacernos conocer el mundo de tu querida comunidad eslovena! Ahora sos vos "hombre de familia", empezas una nueva historia o continúas la anterior de modo diferente.

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  2. gracias por hacerme acordar de mis abuelos tmb! la abueleidad es una cosa impresionante! muy linda tu historia, esa mirada que decis de estar mas alla del bien y del mal, espero no verla todavia, me da terror!!

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