Mate (María Lanusse)

 

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Estuve dando vueltas alrededor de la M varios días hasta que me acordé de un texto que escribí durante mis primeros tiempos acá, en Buenos Aires, cuando veía todo un poco extraño y me costaba acostumbrarme al ritmo. Ahora, mirando hacia atrás, podría decirse que casi soy una más. Comparto con ustedes ese texto.

En nuestro país el mate es tradición. Nadie desconoce, o mejor dicho, nadie debería desconocer lo que es “tomar mate” con todas las letras. No es lo mismo sentarse con amigos paraguayos a tomar ese mate lavado y con agua hervida, ni con los uruguayos, que toman el mate con jugo helado. Nuestro mate es mucho más que eso.

Cuando los españoles descubrieron el mate, no supieron darle el verdadero significado que hoy en día lleva. En un principio, “el mate” estaba prohibido, con pena de excomunión a aquellos que se atrevían a copiar ese gesto de los indígenas, porque consideraban que el mate volvía flojos, holgazanes, a los hombres que se suponía debían llevar honra a los pueblos indígenas. Cuando comenzaron a ver que el mate era una bebida “estimulante” para los indígenas, algunos personajes importantes decidieron incluirlo en sus dietas, dándole así, mayor importancia a una bebida que en un principio era rebajada a “bebida para vagos”.

Ahora bien, en nuestro país, hay diferentes formas de tomar mate. A algunos les gusta más lavado que a otros; algunos lo prefieren dulce, otros amargo; hay otros que le agregan hierbas para darle más gusto, otros simplemente se limitan a la yerba preferida. Pero creo que todos conocemos ese gustito que tiene el mate cuando estamos entre amigos o familiares. Yo lo descubrí hace unos años, pero el otro día lo terminé de comprender. Puedo considerarme una “matera” desde chiquita. Recuerdo que me sentaba con mi papá a tomar ese mate amargo que todo chiquito rechaza por el simple hecho de que es un gusto demasiado diferente y al que lleva tiempo acostumbrarse. Con el paso de los años, me terminé acostumbrando, y más que nada, me terminó gustando y me nacieron esas “ganas de un mate” que tanto escuchaba en los que me rodeaban.

El año pasado, me vine a estudiar a Buenos Aires, y resulta que abandoné un poco la costumbre de tomar mate todas las tardes, ya sea por falta de tiempo o por falta de gente que me haga el aguante, porque lamentablemente, no todos en mi familia son materos.

La semana pasada vino papá a visitarnos. La primera mañana que desayunamos juntos, él arrancó con los mates, y yo con mi café, ya por costumbre. Cuando terminé de tomar el café, el seguía cebando mates, así que tuve que acompañarlo, y fue ahí cuando descubrí que la verdadera razón por la que abandoné un poco el mate fue por eso, porque tomar mate solo, no tiene ese gustito de compartir una charla, un rato con ese “alguien” que tiene ese mismo sentimiento hacia el mate, hacia ese momento tan especial. Por eso es que hoy el mate significa todo lo contrario a como lo concebían antiguamente, por eso es que tantas veces escuchamos “vamos a tomar unos mates y lo charlamos”, “esperá que prepare el mate y me contás”, “no te olvidés de llevar el mate”. Porque el mate, por más que lo tomes solo, siempre te trae el recuerdo de la compañía que alguna vez estuvo sentada con vos mientras el mate iba y venía, porque el mate siempre está creando ese momento de reunirse, es la excusa perfecta para acercarte a algún desconocido, para dar y recibir, para conversar, para disfrutar, y, sobre todo, para relajarnos un poquito y dejar que el vínculo crezca solo.

Así que ya sabés, si no te gusta el mate, tomalo igual, nada se compara con un buen mate y una buena ronda de amigos, ya no se trata de gustos, sino de costumbre, de tradición.

 Maria Lanusse