Guerrera - trozo de resaca lacustre, sin
retocar - altura: 26 cm. Foto: Irena Zuzek
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. En este
caso, la ilustración es el texto. Es cuestión de leerlo nomás… Lector, lectora,
con la imagen de arriba anímate a ello.
Vayan aquí algunas connotaciones
sobre su nacimiento. En mis paseos por la región de Bariloche, además del
contacto con la tan magnánima naturaleza en bellezas panorámicas y de rincones
de ensueño, por donde camino o en el
sitio mismo en que me encuentre me intereso siempre en detalles que llaman mi
atención. Flores, bayas, helechos, formas y colores de piedras, raíces, ramas,
troncos y sus restos en distintos estadios de descomposición… Pájaros,
lagartijas y otros animalitos. En fin, lo que constituye el sotomonte de
bosques, la resaca a orillas de arroyos, ríos y lagos, los restos no consumidos
por el fuego de ocasionales hogares de acampe o la vegetación y fauna de la
estepa patagónica, tan rica en vida. Sobre todo me fascinan los restos
vegetales: ramas, nudos, raíces que, mirados desde un ángulo apropiado,
encierran tesoros de figuras insospechadas… Sí, es una cuestión de mirar con
predisposición de ver – perros, víboras, jirafas, animales mitológicos…
cabezas, manos y muchas cosas más, según la fantasía de uno. Después, todo pasa
por saber desechar lo superfluo y quedarse solamente con la forma vislumbrada.
Para ello apelo al inseparable cortaplumas Victorinox. En algunas oportunidades
me encuentro con piezas “tallables” y con ese cortaplumas voy conformando cosas,
componentes, ensamblándolos; p. ej., en
“pichichos” - con palitos ensartados en un trozo de rama, a modo de tronco, con
cabeza, pescuezo y cola incluidos - o barquitos con vela y timón para solaz de
algún nieto y que, luego, suelen ser lanzados a la buena ventura corriente
abajo de cursos de agua o, viento en popa, hacia las aguas profundas de algún
lago. O “fabrico” cualquier objeto “inútil” que me dé en ganas. En mi época de
acampante también solía fabricar cucharas de revolver polenta, tenedores,
cucharitas para el mate y hasta… un ocasional juego de dados.
La verdad es que no
recuerdo bien dónde recogí ese trozo de resaca. Me parece que fue en ocasión de
alguna visita al lago Correntoso. Girándolo entre mis dedos, de pronto
apareció… la mujer, avanzando, caminando resuelta – tan natural, femenina y a
la vez guerrera – pero con un pescuezo muy, muy largo y sin cara. Esa ausencia
fue disimulada con un bollito de helecho verde claro, a modo de melena, de esos
que tan profusamente penden de los árboles del bosque patagónico, prendidos de
sus ramas o directamente a la corteza del tronco, y que familiarmente
denominamos “barbas” que, gracias a su parentesco de uso con las esponjas de
bronce en cuanto al lavado de vajilla y previo pasaje por la arena o tierra a
modo de abrasivo, los campamenteros las utilizábamos para fregar el tizne de
hollín que se pegaba a las cacerolas calentadas a fuego directo. Con el tiempo
esa cabellera se desecó y cobró un color más apagado y sobrio. Pues bien,
¡mírenla con qué garbo, y combativa, encara el camino de la vida!
Asocio esta imagen a
la mujer que tomó conciencia cabal de que debe valerse sólo de sus fuerzas; con
resolución y determinación de la que sabe qué hacer y cómo y cuándo proceder
para llevar una vida digna - de criatura de Dios, libre y responsable - a pesar
de las quizás más ingratas que favorables vicisitudes que conformarían su
pasado. Para mí es la imagen de la mujer sufrida que se decidió por la
trayectoria honesta del tesón y trabajo cotidiano, duro y frecuentemente
ingrato y, en primer lugar, por el bienestar de los suyos. “Guerrera” se asocia
habitualmente a “mina” con cierto sentido peyorativo. Aquí, en cambio, con ese
título deseo rendir homenaje a la mujer luchadora que, haciendo fuerza de su
debilidad, con su amor, coraje y abnegado sacrificio diario está construyendo -
aunque sea sólo en su pequeño ámbito - un mundo más justo, digno y
trascendente… Dónde los deberes - de conciencia – hacia los otros y el Otro
prevalecen netamente sobre los derechos propios.
Este fue, a grandes
rasgos, el mensaje que yo percibí en la lectura de esa imagen.
Estanislao Zuzek
Ya que invitaste... Estanislao, yo le sumaría al análisis de tu guerrera, el deternos en ese anadar tan aristocrático que tiene. Algo de arrogancia y suficiencia que la hace caminar rodeando los pozos, la basura y los charcos como si no estuvieran a sus pies. Seguramente esa mujer luchadora de la que hablás viva sus compromisos y pasee por el mundo como si fuera una lady con sombrero de plumas y piel suave. No sé si te imaginás así a tu guerrera pero la escultura tiene algo de eso ¿no?
ResponderEliminarSí, Ángeles, a mi me pareció así, aun cuando mi lectura y, luego, su versión en el texto de arriba no lo hagan ver tan nitidamente como tú lo expresas. Te agradezco que hayas leído esa imagen... para enriquecer mi visión en particular y de aportar a los demás lectores tu punto de vista (por no decir "ángulo de lectura"). Justamente, el propósito de la invitación fue eso. La elocuencia de las imágenes es enorme. Sólo depende de nosotros, si nos dejaremos interiorizar por las mismas y hacer aflorar de sus entrañas su mensaje o - recordando algún ensayo de Marisa - de percibir su aura.
ResponderEliminar¡Muy bueno Ángeles! También veo su bracito como en jarra, desafiando a los que pinten venir a provocar.
ResponderEliminar¡Cuánta imaginación Estanislao! Debe ser muy entretenido pasear con usted a orillas del lago.
¡Qué belleza, Stane! En la "guerrera" primero y en tu capacidad de "verla" de semejante manera. Los que vivimos en el cemento envidiamos un poco la posibilidad de enocontrarnos con estas cosas, aunque también las hay. ¿O es que el cemento ha petrificado nuestra mirada y capacidad de asombro para descubrir un contenido tan sabroso como el que describís con tu buena prosa?
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