Ekeko (Dios de la
abundancia), Carnaval de Oruro, Bolivia.
La niña seguía sentada, con la rigidez de la
muerte, sosteniendo los fósforos en su mano, un paquete de ellos gastado. (H.C.
Andersen)
El chico que vuelve a sacar de la
bolsa de cosas para regalar un buzo impresentable, agujereado y todo gastado.
Las mil excusas del más vago de los hijos que, ¡increíble!, aún siguen teniendo
efecto a pesar que fueron usadas (ya no
podemos contar) cuántas millones de veces. Mamá que sólo va a la zapatería
cuando los zapatos no dan más, se lleva unos nuevos y le deja a la vendedora
para que tire aquellos que por un año no abandonó y le quedan tan cómodos
porque están absolutamente gastados. La anécdota por centésima vez narrada, por
un abuelo que cada domingo disfruta de la paciencia y siempre renovada
admiración de sus nietos. El mal chiste, malo malo y persistente, que siempre
cuenta el novio mientras la novia lo contempla obnubilada.
No sé porqué al verbo gastar se lo usa las más de las veces
seguido de la palabra plata. Cuando la plata es justamente lo que menos
queremos y ese gastarla significa
siempre "dejarla en manos de otro". Pero aquello a lo que nos apegamos,
aquello que nos cuesta abandonar, aquello irremplazable y sin valor de cambio
realmente lo gastamos, y gastamos, y gastamos. Hasta que no, no aguanta más.
Hay ciertas regiones, por suerte, donde la inoperancia de la publicidad y la
esterilidad del consumo todavía son inapelables.
Andersen nos cuenta que la niña
de los fósforos sólo gastó un paquete para calentarse, pero que aún tenía unos
sueltos todavía en su delantal. Cada uno
de los fósforos prendidos le significó un mundo de fantasía que la dejó tan
inmóvil que finalmente le llegó la muerte. ¿De qué dependería cada uno de los
sueños desplegados? ¿De cuál de los fósforos encendía o del momento en que lo
hizo? ¿De lo que ella estaba interiormente esperando? ¿O de una propiedad
natural del pedazo de madera? Mi duda es qué
había en los fósforos restantes...
E. Husserl nos propone el
procedimiento de las variaciones
imaginarias como un medio para encontrar aquello invariable que permanece a
todos los cambios. Así, cuando llegamos a aquello que es constante, que no se
altera a través del proceso, se nos manifiesta lo que le es propio a una
esencia. La reducción eidética es la conclusión de un largo camino, donde a
prueba de ensayo y error, nos apoderamos de lo fundamental de una idea. Pero es
en el proceso -gradual y no sin esfuerzo- donde vamos descubriendo la riqueza y
profundidad que ésta contiene. Para conocer realmente el mundo, hay que gastar todas y cada unas de sus íntimas
potencialidades.
Capaz que
en el próximo de los fósforos estaba el camino para que la niña
sobreviviera al frío y a la pobreza. Si hubiera resistido un poco más y se
hubiera aferrado al último calor los podría haber usado todos.
Tal vez aparecía más de lo mismo.
Pero, tal vez lo otro.
Ángeles Smart
Ángeles, me encantó tu texto y esa manera de presentarnos el concepto de gastar.
ResponderEliminarUn beso!
En Turquía, nos dijo un vendedor de alfombras que las alfombras usadas son más caras que la nuevas porque están enriquecidas por el trato con la gente. Me pareció que ese detalle ponía en evidencia todo un universo mental que ahora relaciono con tu texto. La alfombra vieja se enriquece con la novedad de lo humano.
ResponderEliminarTu "gastar" es más bien un dar vida a lo posible, un "dar a luz" libremente una novedad.
Me gusta el hilvanado que venís trazando en los últimos textos. Pareciera que estas buscando que alguien te diera un empujoncito para zambullirte en tu deseo de complicidad con lo real.
¡Y que nunca se acaben los fósforos!
Decís casi al final de tu texto: "Para conocer realmente el mundo, hay que GASTAR todas y cada unas de sus íntimas potencialidades." y así obtendremos lo esencial de las cosas.
ResponderEliminarAhora también eso tiene un correlato afectivo con los ejemplos del buzo, de las zapatillas que adoramos así no den más,etc. El GASTAR, aquí, es un acto de apropiación de una cosa hasta hacerla desaparecer, convertiéndola en un rito que es parte de nosotros.
Sin embargo, hay una tercera lectura de GASTAR (no la última, por supuesto) que une las dos anteriores, la de la niña de los fósforos. Alguien que va abriendo diversos mundos de fantasía que termina abstrayéndola de la realidad, pero no del conocimiento.
Ahora, vos decís qué le habría proporcionado el siguiente fósforo no gastado. Tal vez, la salida a su problema. O tal vez, no. Y aquí es donde volvemos otra vez, al aborto del sueño dogmático: No hay respuestas acabadas ni finales, por más que GASTEMOS todas las posibilidades. Siempre algo está fuera del espectro.
Gracias gente por los comentarios. Marisa: qué bueno eso de las alfombras. No me voy a entusiasmar porque ya voy a empezar a fantasear con viajar en una de las mágicas y seguro que algún turco avivado me cobra el viaje en oro!
ResponderEliminarCon respecto a lo tuyo Héctor creo que tu comentario muestra que sos más sabio que yo en eso de aceptar que en esta vida no nos es dado descansar definitivamente en los laureles. Marisa debe estar cansada de decirme lo mismo y yo no lo entiendo. No puedo con mi genio: quiero la vida eterna, aquí y ahora, y para todos.
Jajaja, ¿cómo será eso?
ResponderEliminarBueno, Ángeles, Cristina, ya algo está haciendo. Por lo menos, tenemos "Fútbol para todos", jaa!
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