Creo que alguien habrá escuchado alguna vez que no hay nada más cruel que matar una flor. Desde mi postura, la muerte no deja de ser algo furiosamente necesario para ella.
Es un trabajo muy simple, uno normalmente comienza por incursionar con una pequeña herida, un simple rasguño o tal vez algo más importante, quizá algo permanente. Claro que esto no es motivo de la voluntad, sino del malsano y cotidiano error. Ellas lo tientan a uno, lo que las hace responsables en cierta medida, pero también muy vulnerables. Les pido a ustedes, por favor, tomen conciencia en estos casos.
Dando el primer paso, el juego comienza emocionante. Recordarán o a lo mejor se imaginarán lo erótico que resulta ver la danza de sus pétalos. Cada palabra, cada emoción, absolutamente todo tipo de expresión produce un suave y armónico ondear de pétalos. No hay forma de contenerlos todos, sólo es posible saber que son infinitos y que son infinitamente hermosos. El juego es motivarlos todos, sentir el roce de su piel calórica, perfumada… De su perfume es algo de lo que no podrán olvidarse o al menos yo jamás he podido olvidar.
Uno no se preocupa por los suaves gemidos que esbozan cuando uno les apoya el pie encima y las hace rodar suavemente. Pronto se da cuenta de que las está destrozando. Ya sé que esa herida queda, pero inmediatamente después ellas recuperan su autentico esplendor, claro… no antes de pedirles las más sinceras disculpas.
Se puede hacer el juego algo casual, hasta fugaz quizá. Esto, cerciorados de que pronto el tiempo les devolverá la vida y la belleza. Pero también existe la posibilidad de que el juego continúe, de dejarse perder por la caricia de sus pétalos, de dejarse perder por su perfume. Es cuando ellas logran sentar raíces y poco a poco se apoderan de uno. Jamás se pierde la posibilidad de escapar, pero intenten huir antes de que ellas lo dejen. Existen situaciones en que sus raíces se aferran tan firmemente que si se van casi siempre se llevan un pedazo de uno.
Es menester para mí hacer esto algo breve y no perderme en los casos particulares, ya que si uno quiere ser un buen asesino no debe tener revoloteando en la cabeza centenares de posibilidades, ya que si no, se perderá en la duda fatal.
Es para tranquilidad vuestra que me atrevo a mencionar que a pesar de cuantas veces uno hiera, pisotee o mutile su endeble cuerpo no habrá culpa para nosotros que las ampare, porque a ellas les encanta. Les encanta también librarse así de nosotros, porque son libres y es preciso que jamás pierdan su libertad.
Santiago Vorsic
¡Guau! ¡Qué bien dicho Santiago! Me dio escalofrío. Hay mucho de Sartre allí. No por el estilo sino por la idea. ¿Me equivoco?
ResponderEliminarEl estilo me evocó a Macedonio Fernandez. A Tantalia. Te dejo el link, es un cuento corto. http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2007/04/macedonio-fernndez-tantalia.html
¡Te felicito! Escribís como en enigmas a descifrar y hacés que uno los descifre a través de una neblina. ¡Gracias!
Santiago, yo iba a empezar mi escrito con: "estoy rodeada de flores. No, no es que estoy muerta y en un cajón." Me parece el colmo usar flores para acompañar un muerto. ¿Es que nadie se pone en el lugar de la flor? Lo tuyo, de no pisarlas, de no herirlas, tiene la delicadeza de una brisa suave, y además tenés sentido del humor. Me gustó tu elaboración.
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