sábado, 7 de enero de 2012

Festividad (Martín Acero Vivanco)

El Inkarri  Fernando de Szyszlo



Dedicado a la profesora Marisa Mosto


22 de diciembre, 22 horas. Me encontraba con los amigos de la Facultad para despedirnos. Despedir el año, despedir a Juan Fábregas. Despedirnos. Mi avión salía a las 7 de la mañana del día siguiente. Consecuencia: Una despedida sin partida. Perdí el avión sin posibilidad de cambio hasta después de las fiestas (ahora terminé cambiando el pasaje para después de finales).

Aún así, hice todo el intento, llegué al aeropuerto a las 7 de la mañana, justo en el momento en que salía mi avión, le pelee a la muchacha que atiende en el mostrador de LAN mientras me explicaba que no podía viajar porque el avión estaba partiendo, y yo que le gritaba que quería irme en el próximo vuelo. “¡Señor, usted huele a alcohol!” esas palabras me hicieron volver en mí. Regresé a casa, resignado me torturaba, y toda la culpa de la humanidad caía sobre mí.

La Navidad iba a ser un castigo: me pensaba quedar en casa, llamar a mis pobres padres que me estaban esperando para pasar las fiestas con ellos y luego echarme a dormir. No iba a ver con mi madre, desde el alféizar de la ventana de la sala los fuegos artificiales, ni descubrir en el pesebre al niño Jesús a la medianoche, ni ser partícipe de la cantidad exorbitante de comida (ni en la preparación y ni en la repartición) que se cocina para estas fechas en mi casa.

24 de diciembre, 18 horas. Salgo a correr por la Plaza de los Dos Congresos, donde suelo ir siempre, muy cerca de mi casa. Después de correr, me acerco a desearles una Feliz Navidad a los chicos que viven en la Plaza, y con alguno de los cuales he tenido algún tipo de contacto en este tiempo. Uno de ellos, alegremente me abraza y me pregunta que qué voy a hacer. Nada –le respondo- me voy a quedar en mi cuarto. No seas boludo, no podés pasarla solo, venite acá, la pasás con nosotros –me contesta-. No sé –le respondo mientras me muevo de un lado a otro nervioso por la situación (quería pasarla solo, pero si le decía que no, se podía ofender y si le decía que sí, mi castigo auto inflingido se diluiría)-. Che, bola –mirando a su hermano- va a pasar la Navidad solo. ¡No boludo!, venite con nosotros, nos vamos a juntar acá. No pasés la Navidad solo, no está bien. –me decía su hermano mientras se acercaba a mí raudamente-. Bueno, ta bien, voy a mi casa, me baño, voy a misa y después vengo –les respondí-.

24 de diciembre, 23 horas. Eran unos diez, entre hombres y mujeres y los hijos de éstas. Los hermanos que me habían invitado, cocinaban; los otros tomaban y conversaban entre ellos. Al verme, uno de los hermanos deja todo y me presenta con el grupo. Conversamos o mejor dicho, soy interrogado. Imagino que pasé la prueba pues después de ello, empezaron a hablar conmigo como si fuera uno más. Es Navidad, escucho de alguien del grupo.

La comida cocinada a leña en medio del parque, (frente a ese edificio racionalista que es la Biblioteca del Congreso) está lista. El grupo entero se acerca a los dos pollos que están saliendo de la parrilla puesta sobre las brasas. No hay con qué cortar los pollos, el cocinero usa las manos. Él mismo, el cocinero, detiene al resto para que yo coma primero, el resto asiente.

Me doy cuenta que a pesar de la pobreza que comparto, la mía es mayor, yo estoy solo, ellos no, pero a pesar de todo, me insisten una y otra vez en que esté bien, que tome, que coma, que participe, quieren que me sienta bien. Es Navidad, vuelvo a escuchar en el grupo.

Me doy cuenta lo absurdo de la discusión que tuve con la profesora Mosto sobre el asunto de abrirse a un extraño y que este extraño se terminará abriendo ante uno por más dura que haya sido su vida. Yo me cerraba a que no es posible, y la vida me mostraba carnalmente lo contrario. Recuerdo que la profesora me escribía que yo era una de esas personas con las cuales uno se podía abrir, y que al mismo tiempo que si yo me abría totalmente, el otro también se abriría ante mí. Yo me abrí, alguna vez, ante estos muchachos que viven allí; y éstos, en su soledad, en sus pobrezas, miserias y adicciones, pero también en su apertura al otro, no me dejan ir.




Letra
Der Leierman

Drüben hinterm Dorfe
Steht ein Leiermann
Und mit starren Fingern
Dreht er, was er kann.

Barfuß auf dem Eise
[Schwankt] er hin und her
Und sein kleiner Teller
Bleibt ihm immer leer.

Keiner mag ihn hören,
Keiner sieht ihn an,
Und die Hunde [brummen]
Um den alten Mann.

Und er läßt es gehen
Alles, wie es will,
Dreht und seine Leier
Steht ihm nimmer still.

Wunderlicher Alter,
Soll ich mit dir geh'n?
Willst zu meinen Liedern
Deine Leier dreh'n?

El organillero

En las afueras del pueblo
hay un organillero.
Y con dedos entumecidos le da
a la cuerda penosamente.

Se tambalea desnudo
sobre el hielo
Y su platillo siempre
esta vacío.

Nadie quiere oírle,
nadie le mira.
Y los perros gruñen
alrededor del pobre viejo.

Y él lo ignora todo,
no se inmuta.
Da cuerda a su organillo,
nunca para.

Viejo extraño
 


¿Voy contigo?
¿Harás girar tu organillo
para mis canciones?
Martín Acero Vivanco

9 comentarios:

  1. ¡Ay Martín! Me hiciste emocionar. Me hiciste llenar los ojos de lágrimas. ¡Me da tanta pena que hayas perdido ese avión! Me dan pena vos y tus padres y tus vacaciones y la soledad aquí en esta ciudad calurosa.
    También me hiciste sonreír. Típico tuyo haberte puesto en esa situación de “desmesura” en que terminaste vencido ante las agujas del reloj. Y me hiciste llenar de esperanza con tu experiencia de fraternidad navideña. Me enorgulleció tu actitud en la plaza. Es un honor que seas mi amigo. Me hiciste sentir muy honrada con tu texto.

    ¡Y qué belleza Schubert! Cómo la impotencia se transforma en fuerza. Es demasiado

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  2. !Qué hermosa experiencia, ¿no?!

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  3. Gran experiencia! En la ajenidad y sencillez de lo inesperado encontraste ¡una flor de Navidad!
    Las personas tienen para decirnos mucho más de lo que pensamos. Muchas veces son ellos los ricos y nosotros los necesitados.

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  4. Toda persona es siempre una sorpresa...

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  5. Ey, Martín! Qué impresionante lo tuyo. Qué experiencia tan genuinamente navideña! Te agradezco por haberlo compartido! Un abrazo!

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  6. !Que grande Martín y que Navidad inolvidable!.
    A veces creemos que somos tan valiosos pero nos encontramos con personas que con su sencillez, espontaneidad y humildad nos hacen ver tan miserables.
    Que lastima lo del viaje, pero seguro esa experiencia fue como un gran regalo de Navidad.
    Un abrazo.

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  7. Que linda experiencia Martin!! Realmente, todo pasa por algo!!

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  8. Muy lindo, la vida tiene sus sorpresas un poco absurdas, y enriquecedoras.

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  9. qué gran historia! gracias Martín por compartírnosla! espero que hayas podido viajar y estés pasándola bien, un abrazo

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