Desde las manos de Clotilde se gestaban los primeros capullos y
retoños. La frescura de sus dedos color de rosa era el alba de sus crías. Un
poco más crecidas, estas, peinaban sus pétalos, paseaban sus atuendos florales
a la primavera y coqueteaban a los besos con las abejas. Pero ninguna imaginaba
qué depararía de sus días.
Los atentos ojos de Tía Laura acompañaban el compás de su
crecimiento para determinar con su vara la madurez alcanzada para el fin de sus
suspiros. Quién hubiese dicho que creatura tan delicada y hermosa sería capaz
de tan grandes cosas.
Pero sus chiquillas nunca fueron para vivir encerradas a un
vivero. Llegada la hora, Andrea decidía algún pretendiente enamorado que
tomaría a una de ellas en su agonía. La florista, acariciando el tallo que
respira, toma las tijeras de la ventura en sus manos y condena a la más esbelta
de sus niñas. Es preciso que el verdugo las separe de su raíz para que cumpla
su destino, ya que las rosas han venido al mundo, ahora y siempre, para morir
en la sonrisa de la amada. Mártires de seducción, quizá su efímera rosa
perpetúe lo que ellas, en el desamparo agricultor, nunca les llego. ¡Que en su
muerte florezca el amor!
Mateo Belgrano
Me imagino a las tías Mateo vestidas de negro con los dedos largos deformados por el reuma,la piel cetrina, flacas y encorvadas. Son las floristas de un mundo schopenhaueriano.
ResponderEliminarMe imagino a las tías vestidas de negro, flacas, con la piel cetrina, los dedos largos deformados por el reuma, encorvadas, sonriendo malévolas. La floreria de un mundo schopenhaueriano.
ResponderEliminar"Es preciso que el verdugo las separe de su raíz para que cumpla su destino, ya que las rosas han venido al mundo, ahora y siempre, para morir en la sonrisa de la amada." Increíble esta frase...
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