Liniers, Macanudo
No me acuerdo, pero hay fotos que sustentan el hecho de que de bebé me metía el pie en la boca y de que pasaba las piernas detrás de la cabeza con una facilidad increíble. Hoy por hoy, en cambio, gracias si estando con las piernas estiradas me toco, con mucho esfuerzo, la punta de los pies. Parece que vamos perdiendo la flexibilidad…
Es común, lo sé; es lo que pasa… A medida que vamos creciendo y viviendo diferentes experiencias nos volvemos un poquito más rígidos. No me refiero sólo al cuerpo, sino también, y sobre todo, al alma. De a poco nos vamos acostumbrando a ciertas cosas que no tendrían que ser normales, y vamos perdiendo esa capacidad de conmovernos. No digo que nos pase a todos siempre pero, viviendo en la fantástica Ciudad de Buenos Aires, a diario vemos chicos que piden plata, madres que piden comida, gente durmiendo en la calle… Me da vergüenza decirlo, pero a veces pienso que nos engañan: que esa madre no es madre y que el que duerme en la calle terminó ahí por vago. Seguro que de chica le hubiese dicho a mamá de invitar al indigente a comer un plato de sopa a casa…
Me pregunto qué es lo que nos hace volvernos rígidos y fríos. ¿Será el hecho de que ciertas circunstancias se vuelven cotidianas en la ciudad? ¿La prisa que podamos tener? ¿La desconfianza en el prójimo?
La imagen que ilustra mi letra “F” es muy dura, pero es certera. ¿Cuántas veces pasamos por al lado de alguien y no le damos una mano? (está bien, lo entiendo… no le puedo dar un paquete de galletitas a todos los que me cruzo que lo necesitan… aunque… ¿por qué no?), ¿cuántas veces nos sentimos molestos si comemos afuera y vienen a vendernos biromes o las linternas para lectura? Nos incomoda… La realidad nos incomoda muchas veces.
No pretendo hacer un ensayo, ni encontrar una respuesta al comportamiento humano… Es tan sólo una simple reflexión y un llamado a intentar hacer ejercicios de elongación almística.
¡Brindo por un 2012 con más flexibilidad!
¡Salud!
¡Qué bueno Sofi qué volviste! ¡Te extrañamos el mes pasado!
ResponderEliminarJusto estoy releyendo “El idiota” de Dostoievski y es el ejemplo extremo de tu flexibilidad. Mishkín es permeable a todos los matices de la realidad y las necesidades de los otros. Se alegra hasta la carcajada limpia con la alegría de los otros. Sufre con los sufrimientos de los demás y espontáneamente se siente impulsado a aliviarlos, como sea, aún a costa de sus intereses o su vida. Esta permanentemente en una actitud de disposición respetuosa para los otros. Es como una plastilina que adopta la forma y tapa los agujeros de aquello con lo que se relaciona. Se funde con su entorno. Es verdad que es un personaje raro, extremo, que nos trae la pregunta por cuál sea el destino de la identidad personal en su cosmovisión.
Dostoievski decía que quería pintar el paradigma del hombre bueno. Ya había presentado el personaje opuesto en Raskolnikov. El hombre aislado (raskolni) obsesionado con su “idea”, con sí mismo.
Creo que el mundo está lleno de Raskolnikov y adolece de Mishkines. Si todos fuéramos Mishkines la tierra sería un paraíso. Como dice Dostoievski es bueno conservar a Mishkin como un ideal para no sobreestimar el yo y pensar más en el “nosotros”, pues vivir es con-vivir y abandonar la convivencia y aislarse es empezar a morir.
MUY BUENO. SOFIA LA VERDAD QUE ESTE ORIGINAL ESCRITO ME DEJO PENSANDO, Y COMULGO CON VOS. EN CUANTO A LAS VECES QUE PASAMOS AL LADO DE ESA PERSONA, Y POR TEMOR A CEDER ANTE LA CONMINACION, O REPROCHE, DECIDIMOS SER INDIFERENTES.
ResponderEliminarTE FELICITO
MAximiliano Hünicken Segura