Lydia Zubizarreta, El manzano en primavera
Futuro. La palabra con duras “u” nos presenta un misterio: aquello que viene hacia nosotros sin que lo invitemos. No nos deja opción. Viene a traernos lo que va a ser nuestro presente inevitable. Deja asentada nuestra naturaleza vulnerable. Podemos sentir esperanza o temor. El futuro tiene sus ciclos y sus leyes, así es la naturaleza. Puede ser un eterno retorno o el avanzar en sentido único.
Flor. Palabra simple, elemental. Una sola sílaba con sonido prehistórico que designa variedades asombrosas de tamaño, complejidad, perfume, textura y color, invitándonos a nunca conformarnos con una sola forma en las cosas. La violeta, la flor de la manzanilla y de la menta, el amancay, el narciso, la camelia, la magnolia, la flor del ceibo y del jacarandá, la del lapacho, por citar algunas pocas, todas únicas, distintas, maravillosas. Es Diciembre y en los alrededores de mi casa hay flores diseminadas por todas partes: orquídeas en los lugares más inesperados entre la rosa mosqueta que también está en flor y lupinos que desprecian las distintas cualidades de los terrenos y tanto pueden crecer en la arena junto al lago como más adentro en el verde. El quintral y la aljaba irrumpen con sus rojos y violetas, y en las laderas, a pesar de la sequedad de esta temporada, multitud de amarillas topa-topa. ¡Y las rosas! Todos los días nos traen más y más sorpresas. Es la flor por excelencia: noble y aguantadora solo pide recibir sol y agua.
Fruta. La palabra nos hace dar una vueltita con la lengua como practicando para dis”frutar”. Las hay tan variadas como las flores en cuanto al perfume, la consistencia, el color. Mil variantes delicadas, todas exquisitas. Escapa a cualquier definición el sabor de un durazno, una naranja, una manzana, una cereza, un higo, una uva. ¿Quién podría haberlas creado que no fuera el Creador?
Flores y frutos, milagros cotidianos, aseguran por si mismos su generación: otro milagro.
¿Qué nos dice Dios a través de ellos? En el tiempo futuro estamos invitados a participar de su Gloria. ¿Podemos suponer que encontraremos allí alguna semejanza con las flores y las frutas? Es posible. Un principio de esa semejanza ya está en nosotros. Cuando falleció mi madre sentí algo así, pues de su persona me quedó su esencia que era como un sabor y un perfume.
Adán y Eva, según el Génesis, comieron el fruto del árbol prohibido y en consecuencia fueron expulsados del Paraíso. Entró el dolor y la muerte en sus vidas con lo que eso significa de tiempo pasado, presente y futuro. Ese árbol es representado por un manzano. Al crear el manzano y todos los árboles frutales, el Creador, que vio como bueno todo lo que hizo, mandó a la flor preceder al fruto. ¿Deseó para nosotros el goce de la flor y el agradecimiento por ese goce en primer lugar? Me atrevo a imaginar que el gran pecado fue no ver la flor e ir directo a apropiarse del fruto.
Dice el Cantar de los Cantares (2,12-13):
Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primero frutos y las viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!
En un eterno retorno, con toda novedad y frescura, cada primavera vuelven a aparecer flores y frutas. Levantemos la vista y escuchemos al Señor. A través de ellas nos habla de su amor.
Lydia Zubizarreta
Quila Quina