Antígona ante Creonte
Preguntándole a mi amigo D. de cómo van sus cosas, me contesta: “¡Bien! Todo en orden… bajo control del azar!”
Si no hubiera consultado el diccionario no tendría idea de que este concepto está vinculado etimológicamente a los dados[1]. Más bien, del juego de dados. Uno los agita en el puño de la mano o en el cubo del caso y los tira sobre la mesa: sus caras que miran para arriba ofrecen una combinación arbitraria de números, desde el uno al seis. Y – dependiendo de qué combinación aparece – uno se anota puntos o no, como en el juego de la generala o, sencillamente: uno gana o pierde la apuesta. Esta última suele ser por dinero u otros bienes, servicios, placeres... Que cambian de manos, simplemente, por ‘obra del azar’… fortuitamente. Bueno, no tanto, puesto que la participación en el juego suele ser voluntaria, es decir, fruto de una decisión. Que no siempre es racional, fundada; todo lo contrario, en la mayoría de los casos es pasional, compulsiva.
Obviamente, el resultado de la tirada de dados no es predecible. Salvo que los mismos estén “cargados”, ¿no? Pero no estándolo, para un gran número de tiradas, podemos prever un promedio de aparición de cada cara, que para eso los jugadores empedernidos y sus explotadores – “la banca” - han desarrollado el cálculo de las probabilidades: para saber de cómo servirse del mismo al fin de sacarle ventaja a la contraparte del caso. En fin, estimación matemática – racional — de la previsibilidad de eventos… y como fruto: “buena” o “mala” suerte para el jugador.
En la vida cotidiana nos suceden cosas que no fueron previstas, sencillamente, por que escapan a nuestra lógica habitual de oferta y demanda de bienes y servicios, necesidades, deberes, afectos, amores, odios, deseos, esperanzas, etc., y depende de nosotros si las aceptamos como oportunidad que se nos ofrece o – por el otro extremo y muy a pesar nuestro – admitimos las desgracias que se posesionan de nosotros, trastocándonos en buen grado el transcurso de nuestras vidas que pasan, pues, al estado de azarosas – imprevisibles; o del infortunio previsible, en más.
¿Imprevisibles, realmente? ¿O es que en el momento de hacer planes de vida no quisimos tener en cuenta ciertas posibilidades - por indeseables, nomás? También es cierto que no todas las eventualidades pueden ser previstas, pues nuestras vidas terminarían siendo como las inacabables cláusulas en letra chica de los contratos de seguro… Es preferible y mucho más cómodo y placentero depositar la confianza en el productor de seguros – y por su intermedio – en el asegurador, de que dispondrá lo más apropiado para nosotros en cada evento fortuito (bueno o malo) que nos toque vivir. Sobretodo, si sabemos que el Asegurador – así, con mayúscula – nos ama. Obvio, para ello es necesario tener fe, que es un don; y como tal, ¿no es acaso algo fortuito que el Asegurador nos ofrece para que la aceptemos de buena gana y libremente? Habiendo amor de por medio, lo fortuito, casual o azaroso deja de ser eso: pues hay un Dueño que dispone con sentido de todas las cosas, con finalidad, aunque a los ojos de nosotros, sus creaturas, nos parecen venidas de la nada, per se, imprevistas. En fin, es cuestión de diferentes perspectivas: la Divina o la humana, siendo sólo para esta última el azar algo potencialmente significativo.
Estanislao Zuzek
[1] Azar.- (Ára. azahr = dado) m, Casualidad, caso imprevisto // Desgracia imprevista // Estorbo, en juegos (p,ej, en el de la pelota) - Azaroso, a.- adj. Arriesgado, inseguro // Degraciado.- También: peligro / preligroso para uno. (cf., ingl., hazard / hazardous)
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