Vincent van Gogh
Ante todo, cuando pienso en la “ansiedad”, se me ocurre que ésta tiene un doble modo de ser. Primero, aparece como un estado circunstancial y temporal por el que atraviesan las personas frente a algún acontecimiento o situación puntuales. Segundo, como una condición permanente que se ha integrado en mayor o menor medida al carácter de un individuo, tiñendo de una manera u otra todos los aspectos de su existencia. Entonces se habrá de distinguir entre quien “está” ansioso, y allí podemos observar diversos grados, y quien “es” ansioso.
Por ejemplo, puede uno “estar” ansioso ante el resultado de un examen, ante el reencuentro con el ser amado luego de un tiempo de distanciamiento, ante la posibilidad de conseguir un nuevo empleo. Aunque también puede uno “estar” ansioso durante períodos más o menos prolongados, en el marco de acontecimientos, situaciones, descubrimientos que llevarán a una determinación más duradera y trascendente de la propia vida: como cuando nos enfrentamos, por ejemplo, con la tarea de descubrir, definir y realizar nuestra vocación, y decimos que estamos ansiosos ante tal posibilidad. Sea como fuere, nótese que en estos casos, [y lo mismo vale para la ansiedad en cuanto rasgo de carácter, en cuanto forma parte de nuestra manera de relacionarnos con el mundo], “estar” ansioso tiene el sentido de estar “inquieto”, “intranquilo”, “confuso”, “desconcertado”, “turbado”, “nervioso”, [y así podríamos seguir con la serie de adjetivos hasta llegar a “desesperado”], y no el sentido de estar simplemente “deseoso”, como cuando afirmamos “estoy ansioso de ir al cine” [“tengo deseos/ganas/anhelos de”]. Sin embargo, ambos sentidos implican el anhelo y prosecución de un fin que se manifiesta como un bien (o al menos la huída frente a un mal, que finalmente esconde un bien).
Es que la palabra “ansioso”, es la forma adjetiva correspondiente a dos sustantivos de distinta significación pero estrechamente emparentados: “ansia” y “ansiedad”. Si consideráramos el ‘ansia’, ‘deseo’, ‘anhelo’ como una pasión [en sentido clásico], se me ocurre que el ‘ansia’ podría encontrarse en la raíz de la ansiedad, constituyendo su condición de posibilidad, su “materia”, por decirlo de alguna manera. Pues el ansioso (o el que posee ansiedad), “ansía” efectivamente un bien: quien no ansía no puede estar ansioso. ¿Cuál es entonces la especificidad de este sentimiento? Creo que la ansiedad es un estado de perturbación, un cierto malestar, cuyos matices van desde la mera “inquietud” o “comezón” hasta la “desesperación”. Como pasión que tiene por objeto un bien, la ansiedad surge o es motivada por un factor que considero pertenece al ámbito de lo propiamente humano: la incertidumbre. Así pues, la incertidumbre acerca de si el bien que anhelamos será nuestro, la incertidumbre acerca de las condiciones, el tiempo y la forma en que lo obtendremos o se nos dará, incluso la incertidumbre acerca del objeto mismo de nuestros deseos [muchas veces anhelamos algo, pero todavía no alcanzamos a descubrir bien qué es], son factores que causan en nosotros, seres humanos que nos sabemos finitos y sujetos al tiempo y a la espera, este malestar, este resquemor, más o menos intenso que llamamos “ansiedad”.
Pero parecería entonces ahora, que el ser humano en esta condición terrestre no puede ansiar sin una cierta ansiedad: pues la inquietud aparece como “natural” y “razonable” en la condición actual de nuestra existencia, en la que se extiende un río de escollos entre el deseo y el objeto de nuestro deseo. Ahora bien, este sentimiento tan humano, aparentemente “neutro” desde un punto de vista moral, y como energía psíquica, puede llegar a hacer verdadero daño a la persona, si se experimenta en forma desproporcionada a su objeto, o si se exacerba al punto de abandonarnos y sucumbir ante él. Así sucede con el ansioso que se ha “dejado ganar” por su ansiedad: éste vive en un estado de constante convulsión, agitándose en movimientos torpes, desencajados y estériles, perdiendo muchas veces la posibilidad de alcanzar el objeto consciente o inconsciente de sus deseos. De esta manera, el vivir desde la ansiedad, puede conducir a ciertas formas de imprudencia, codicia, avaricia, vana curiosidad… (Habría que analizar en profundidad las diversas curas posibles a la ansiedad que parece actúa diversamente en distintos niveles: psicológico, moral, espiritual. Si la paz fuera la cura de la ansiedad, habría que decir que la “paz de Dios” es la cura de la ansiedad de todas las ansiedades).
Pero me interesa aquí resaltar que, más allá de sus evidentes peligros, la ansiedad es signo, síntoma de la existencia y del poder activo de nuestros propios deseos, y puede ser reveladora de los mismos para quien tiene la capacidad de leer en lo profundo. Quizás podamos aprender de ella. La ansiedad puede sacudir nuestras “falsas tranquilidades”, conmover esa especie de “calma interior”, que no es fruto de la verdadera paz del espíritu, sino de un adormecimiento y abandono. Así, quizás debamos cuidarnos de la ansiedad en su vertiente desesperada (y en última instancia, desesperanzada), pero también de la apatía, de la indiferencia que nos hunde en meras fantasías.
Fernanda Ocampo
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