martes, 5 de julio de 2011

Abandono (Noelia Vanrell)



Josefina Robirosa


Hasta que empecé a estudiar filosofía sólo conocía la connotación negativa de la palabra “abandono”, siempre la encontraba nombrada en contextos en los cuales significaba algo no deseable, a veces algo de qué avergonzarse o culparse. Entre otras cosas, la búsqueda filosófica me muestra que las palabras pueden ser pensadas (y no meramente pronunciadas), y que cada vez que vuelven a pensarse es porque antes volvemos a escucharlas como si las escuchásemos por primera vez, para dejarlas decir algo de sí mismas que no nos habían dicho hasta el momento.
La novedad que guardaba para mí esta palabra la escuché por primera vez en las clases de filosofía, en relación con algún texto de filosofía cristiana, o con algún pasaje del Evangelio sobre la confianza en la providencia, y siguió apareciendo en fragmentos de la Imitación de Cristo, o en el “quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta” de la poesía de Santa Teresa de Ávila. Estos textos me hablaban de una forma virtuosa de abandono que yo no conocía ni siquiera conceptualmente (aunque crecí en una familia cristiana y fui a un colegio católico). Aquella novedad me impactó muchísimo, para mí fue todo un descubrimiento el enterarme de que hubo y hay hombres que experimentan ese abandono en sus vidas, que no se “inquietan por el día de mañana”, que no ocupan sus pensamientos en calcular y planificar qué se debe hacer para asegurarse de estar satisfechos (en lo físico, en lo personal, en lo profesional, etc.) el resto de lo años por vivir. ¿Cómo hacen?, ¿qué hacen? 
No hace mucho escuché algo que me hizo dar cuenta de que estaba haciéndome la pregunta equivocada, porque para comprender, aunque sea un poco, la vida del que se abandona a Dios, del que se abandona a la vida, justamente no hay que preguntarse por el hacer, sino por el vivir. En una entrevista a Hugo Mujica le pedían que describiera a grandes rasgos en qué consistía la vida monástica y él decía: “Yo creo que el meollo de la vida monástica trapense [a la que él perteneció] es la deconstrucción. A través de la obediencia uno no es el propio proyecto, a través del silencio uno no es la seducción del propio lenguaje, en el monasterio no hay espejos en los cuales uno es el propio reflejo, y de repente se va como desnudando la vida, y uno llega al núcleo de qué es una vida cuando no está ya lanzada a algo, como la deconstrucción de todos los roles, de los disfraces, volver a la desnudez del vivir por el vivir, no del vivir para algo (…)  y después queda un abismo del cual uno no sabe, el origen y el destino es un misterio, y uno convive con el misterio en vez de taparlo porque lo angustia (…) Vivimos una crisis cultural, como la que vivimos, por la nostalgia de vivir. Nosotros hace mucho que funcionamos en nombre de una vida cada vez más mediada por cosas, nuestra gran crisis es que ya no vivimos (…) hemos desproporcionado los proyectos que hicimos, la maquinaria nos vive a nosotros en vez de vivir nosotros a través de eso.” En seguida pude aplicar esta crisis de la que hablaba Mujica a la vida del hombre actual (y a la mía en concreto), esa desproporción de proyectos, que desde nuestra infancia abarrotan la agenda de una vida entera, ¿no manifiestan un miedo a vivir, una desconfianza a la vida, a lo dado, a lo real? ¿No es aterrador cuando al estar por finalizar o por comenzar una nueva etapa (en cualquier aspecto de nuestra vida) alguien nos pregunta “y ahora qué vas a hacer” y no sabemos qué contestar? Parece que cuando logramos diseñar un plan, y sabemos qué haceres nos mantendrán ocupados durante los próximos años, nos tranquilizamos, y cuanto más a largo plazo se garantice el proyecto menos angustiados estamos, resuelto el cronograma de actividades, resuelta la vida. Pero esa vida es la vida asfixiada de medios que suponen facilitarnos el vivir, y que sin embargo en algún punto percibimos, nos hacen sentir que nos ha quedado algo de vida perdida, resignada, o vendida. Creo que por temor a la vida intento planificar la vida, disponer metas que crean la ilusión de abolir la incertidumbre que tanto me inquieta y que me convencen de que puedo tener algún control sobre lo que va a pasarme. Es el temor a vivir esa “vida desnuda”, esa vida que vale por sí misma, simplemente por ser vida, y que si me animara a vivirla, pienso, sería como estar naciendo todos los días, sería sentir el peso ontológico de estar existiendo y la confianza de estar siendo sostenida  por otro en esa existencia (no por mi misma, en el esfuerzo de justificar el propio existir con el cumplimiento de las cosas que hay que hacer y conseguir), sería la posibilidad de habitar la propia vida en esa desnudez original, despojada de artificios, sencilla, simple, viva.

“…sólo lo más propio nos nace del abandono” (Hugo Mujica, Poseía completa, Seix Barral, Buenos Aires, 2008, p.449)
                                                                                                                          
           Noelia Vanrell

4 comentarios:

  1. Noelia, percibo una correspondencia entre tu "abandono" y el "abracadabra" de Ángeles. Tu llamado al abandono supone que existe en el hombre una tendencia contraria, una tendencia al control que a su vez nace del miedo que a su vez nace de la conciencia de la vulnerabilidad de la vida. Pero resulta que para vivir plenamente hay que hacerse absolutamente vulnerable, dejarse invadir por aquello que no controlamos, correrse de ser uno mismo el centro de gravedad y entregarse. Se nos pide entonces hacer un movimiento que es practicamente inverso al que espontáneamente nos sentmos inclinados. ¿No es dificil esta "ley de la vida"? ¿No dan ganas de decir "abracadabra" para sentir un empujoncito a la libertad?

    ResponderEliminar
  2. El abandono! Quien pudiera ser como Maria y abandonarse a los pies del Maestro pero somos Marta muchas veces!
    http://misselthwaitemannor.blogspot.com/2008/08/marta-marta.html
    Saludos desde el Jardín
    Mary

    ResponderEliminar
  3. Sí Marisa, el saberse y aceptarse vulnerable debe ser una de las claves para ese abandono. Cuando releía lo que escribí antes de enviarlo pensaba que con sólo hablar tanto del abandono, con ese esfuerzo en pensarlo tanto, ya se está haciendo todo lo contrario, nada más lejos del abandono que el afán por el abandono (qué difícil no confundir esa aceptación con resignación). El abandono, me imagino, debe parecerse más un soltar, saltar confiando en que vas a ser atajado por otros brazos que no son los propios, y como vos decís, "dejarse invadir", por la vida, con todo lo que la vida ofrece, alegrías y heridas. Es cierto que en lo que escribí se percibe que el abandono exige hacer un movimiento inverso a nuestro actuar espontáneo, pero entonces me tengo que corregir, porque en realidad el abandono (si fuera auténtico, y no ese afán por el abandono que mencionaba) debiera ser todo lo contrario a un esfuerzo, no un "hacer" algo en la vida, sino dejar que la vida se haga en uno, ser pasible, receptivo, y el esfuerzo estaría en lo otro, en lo agotador de querer controlarlo todo.

    Gracias Mary por el link de tu blog! qué hermoso lo que escribiste! y ese pasaje del Evangelio nos muestra que estas inquietudes de hoy, son las inquietudes de siempre, la respuesta está ahí, nos fue dada, ¿por qué costará tanto abrir los oídos para sencillamente escucharla?

    ResponderEliminar
  4. Bravo!! Gracias, es lo que como lector abandonado al texto, me urge decir.

    ResponderEliminar