domingo, 10 de julio de 2011

Anónimo (María Mercedes Palavecino)


René Magritte


Me paro frente a una obra. Veo barcos, un puerto, colores intensos, casas, sombras de fuego en los rostros, y debajo, un nombre: Quinquela.
Luego abro un libro: “El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo”. Borges.
Paso luego por un edificio: el nombre del arquitecto está grabado en la fachada.
Somos hombres. No sólo dejamos huella sino que queremos dejarla. De un modo u otro buscamos ser reconocidos, no de modo soberbio, sino que otro con su mirada nos responda. Buscamos una ida y vuelta con el otro.
Cada uno a su modo vuelca en su obrar su persona, y la respuesta del otro nos importa. Dejamos huella, incluso cuando nuestro nombre no aparezca. Si vemos un cuadro en esos tonos de rojo oscuro, azules intensos, amarillos y gruesas líneas negras, no necesitamos ver el nombre para que Quinquela nos hable, nos dejemos interpelar por él.
Lo mismo sucede con Borges. Sus textos nos hablan, nos invitan a responder, a dialogar con el autor. El reconocimiento no siempre se da frente a la otra persona, frente al autor, sino que es un diálogo que implica un conocimiento del otro y una vuelta al yo.
Creo que por eso nunca buscamos ser anónimos. En el diálogo con el otro, el hombre se manifiesta, se expresa, realiza la obra de arte que es su vida. La vida de los otros nos habla, nos interpela, nos mueve, nos lleva a actuar, a dar y darnos.

Ma. Mercedes Palavecino

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