Rembrandt van Rijn
Me maravilla pensar los sentimientos como algo que nos hermana a los hombres de todas las épocas. Amor, bronca, desesperación, alegría, entusiasmo, apatía, desengaños y anhelos. La vida que late con un rostro familiar y diferentes gestos en cada uno (¿¡miles de millones!?) de los corazones humanos. Atravesamos los momentos que nos tocan habitados por sentimientos. Huéspedes que entran sin pedir permiso. Se cuelan por la puerta de la vulnerabilidad de nuestra percepción. Captamos algo, y aún antes de hacerlo consciente despierta en nosotros un sentimiento. ¿No son los sentimientos manifestaciones afectivas de un registro del sentido de lo real que nos involucra? ¿No son respuestas interiores a algo que ha sido «comprendido» aunque sea sólo en penumbras? Mi intención es iluminar esa penumbra en relación a la experiencia de la «añadidura». ¿Qué hemos «comprendido» cuando despierta en nosotros el sentimiento de la añadidura?
Me refiero a esos momentos en los que lo que uno está viviendo genera una conmoción que se puede traducir en la frase: “Esto es demasiado”. Está «más allá» de lo anticipable, de lo imaginable. Es un «más allá» cualitativo. La añadidura sorprende, como un regalo absolutamente insólito: nos deja con la boca abierta. Lo que ocurre es una «novedad» de una intensidad desconocida, intempestiva pero a la vez –y esto llama la atención- nos es íntimamente connatural, de algún modo concluye una espera. Un corte vertical que hace que se sumerjan nuestras raíces en provincias profundamente misteriosas de la vida.
Demasiado enamorarse y ser correspondido, demasiado la primera sonrisa de nuestro hijo mirándonos a los ojos, demasiado el consuelo cálido, generoso, de los amigos que nos acompañan cuando nos toca sufrir. ¡Demasiado! Algo que se nos da de-más, nos descoloca, retroceden los límites conocidos, pero sin situarnos frente a un abismo, (como cuando éramos niños –de niños nos sorprende más a menudo el sentimiento de la añadidura- y nos llevaban al parque de diversiones o salíamos a andar en bicicleta con amigos a la hora de la siesta, o jugábamos horas con las olas del mar, o escuchábamos absortos los cuentos de una tía o mirábamos el viento peinando el trigo o una tormenta eléctrica en el campo.) ¡Demasiado! ¿Pero cómo algo puede parecernos «demasiado»? ¿No poseíamos acaso vocación de infinito? ¿Cómo se entiende que alguien que espera el «todo» pueda vivir algo que le es connatural, como «demasiado»? ¿Será que no tenemos ni idea de aquello que anhelamos?
La añadidura es el desvelamiento de la exuberancia de lo posible que irrumpe desde la entrañas de la propia existencia cuando algo acude a despertarnos. Tan familiar y tan nueva. Una yapa absolutamente nueva de la vida. Pero ¿no es acaso la vida misma una yapa? Y si por el camino lo olvidamos, la añadidura nos lo recuerda.
Marisa Mosto
"Añadidura", "demasiado", "yapa"...insinuación de otro ámbito... A los pocos días de leer tu texto (me gustó mucho lo de la añadidura despertándonos cada tanto) me encontré con este poema de Juan L. Ortiz (En "El alba sube"; 1933-1937), también testigo de esa exhuberancia:
ResponderEliminarNada más
¿Dónde se hizo esta
luz
velada?
El chingolo canta.
Este canto en la luz
como desde el seno
tímido de la luz.
Y las orillas
amarillas,
las orillas temblando
en la sensitiva
mirada del río?
Demasiado, demasiado.
Sólo la soledad
apenas
dorada,
con este canto.
¡Gracias Mimi! Me maravilla tu sensibilidad
ResponderEliminarMuy interesante tu texto. Junto con Azar y Abracadabra se percibe una especie de trilogía. Saludos
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