Mujer en el camino, Leon Spilliaert
Mi quinto hijo nació cuando sus hermanos mayores eran ya adolescentes. Cuando él empezó a crecer, hacía enormes esfuerzos por seguir el hilo de las conversaciones familiares. Muchas veces entendía aquello de lo que se estaba hablando pero no sabía qué interpretación darle. Entonces siempre preguntaba ¿es mejor o peor? Es decir, cuando comentábamos algo que había sucedido, el comprendía lo qué decíamos, pero no podía deducir de sus propias experiencias si aquello era conveniente, útil, beneficioso o provechoso para el que lo estaba viviendo. El necesitaba, ponerle una calificación para terminar de entender. Pocas veces podíamos contestarle con absoluta claridad porque pocas veces la realidad lo era. Mi respuesta intentaba explicarle la verdad en cada caso, que generalmente era compleja; algo podía ser “mejor” en un aspecto pero “peor” en otro o a la inversa.
La incertidumbre sobre qué será “mejor” o “peor” en las distintas decisiones que vamos tomando, el ir buscando de entre los muchos caminos posibles cuál será el que nos lleve hacia donde queremos ir, es una tarea a la que nos enfrentamos todos los días, más bien a cada rato. Por supuesto que algunas elecciones son menores y el error en ellas no nos acarrea graves consecuencias y otras presentan un compromiso importante para nuestras vidas. Pero aun así en general convivimos con estas dudas con bastante hidalguía y generalmente corremos sin mayores dificultades el riesgo de elegir un camino sopesando pros y contras, soportando la normal vacilación que sentimos al ver las numerosas alternativas. Convivimos con estas dudas, siempre nos acompañan cuando tenemos opciones por delante, y las toleramos sin mayores problemas.
Pero hay otro tipo de duda que si se presenta nos hace sentir que está en peligro de desmoronamiento el sentido fundamental de nuestra vida. Es la duda sobre la verdad o mentira de aquello en lo que creemos y confiamos, o dicho con más precisión, la duda sobre la existencia o inexistencia de algo importante para nosotros, en lo que creemos y del modo en que lo creemos. Esto nos pone al borde del desengaño en un terreno que hasta ese momento considerábamos firme, queda en tela de juicio nuestra confianza entregada a una realidad, un valor, una amistad, un amor que era importante para nuestra vida. Con esta incertidumbre es muy difícil convivir, nos corroe el alma, porque allí donde antes nos deslizábamos con suavidad aparece una contradicción que nos genera la sospecha de que podemos ser defraudados, deja nuestro ánimo en suspenso y convierte en arduo y trabajoso lo que antes era espontáneo y natural. De cómo resolvamos esta situación de la que deseamos afanosamente salir, dependerá nuestra mirada sobre muchas elecciones futuras.
Eugenia Guastavino