Odio las respuestas obvias.
Pero
a veces siento que se me acaban las preguntas ¿y qué queda? El silencio.
Siempre
está tan automatizado. Sus palabras están tan conectadas como necesarias y
vacías.
Es
todas las mañanas siempre la misma historia. Sentarme en mi escritorio, prender
la computadora más lenteja de la oficina, hacerme un té verde, un té normal o
mate mientras espero que se prenda y así, instalada, espero… Espero a que esa
persona, ese sujeto, ese Rulemán, venga y arruine mi mañana.
¿Entienden
que yo a propósito pongo el despertador a distinta hora todas las mañanas? No
quiero que un reloj decida mi vida. No quiero que un reloj siempre a la misma
hora, me ponga en on y haga que
arranque mi voluntad, mis pensamientos, mi cadena de acciones. Cada acción de
mi día depende exclusivamente de ese despertador. Soy una persona que a
propósito llego tarde al trabajo, a propósito a veces camino lento y a veces
rápido; a propósito, a veces, camino perdida y me voy andando para el otro lado del que debería ir.
En
fin, a conciencia, me desrutinizo y me pierdo. Ya se me hizo costumbre
desacostumbrarme.
Odio
las respuestas automáticas; las respuestas “acción – reacción”; las odio. No
crean, no producen lo nuevo, no inventan, no te despiertan. Esas palabras
ME-CA-NI-ZAN, es decir, ABURREN.
Todas
las mañanas con mi té verde, o mi mate espero entonces a algún Rulemán. Este
viene, me mira desde lejos con esa cara tan rara, y como divertida, que de TAN
expresiva me da ya bronca. Es todo tan correcto: su caminar a ritmo, todo
petisito, con su olor de siempre, su camisa cuadriculada metida bien
prolijamente dentro de sus pantalones que casi casi que le llegan a las axilas,
su sonrisa que no creo, su mirada sin mirar, sus sutilezas de afeminado y esas
manos tan pequeñas que siempre cargan lo mismo: en la derecha unas medialunas y
en la izquierda un jugo de naranja. No entiendo cómo no le aburre siempre comer
lo mismo. Yo tengo la teoría de que el paladar se acostumbra, y que si comes
todos los días lo mismo no te termina gustando. Es como la axila, o los
perfumes. La axila se acostumbra y entonces te obliga a cambiar de desodorante
porque si no, el desodorante ya no funciona; o como los perfumes por ejemplo,
cansan que sean siempre los mismos, el olfato se acostumbra y ya te termina
como asqueando.
Este
tipo es tan correcto y aburrido que no hace más que arruinarme mis mañanas. Siempre
llega con sus petates (jugo, medialunas, camisa prolijamente metida dentro del
pantalón) y me dice: “Holacómoandás”.
Los dice en un tono sin gracia, sin baile, sin swing. Es tan monótono,
nasal y curiosamente, convierte lo que son 3 palabras en una sola. Son de esas
personas que al instante lo hacen tiempo y al instinto lo hacen hábito.
Yo
antes le contestaba. Le decía: “Bien, ¿vos?”. Odio preguntar eso, pero en mis
primeros días de trabajo tenía que hacerlo, era parte de mi trabajo. Después de
un tiempo, intenté cambiar mis palabas, mis gestos, o las cosas de lugar, para
ver si este Rulemán me decía algo nuevo, algo distinto. Un día inclusive,
llegué a poner una silla en la puerta para ver si le parecía raro o extraño que
hubiera una silla en la puerta, pero no dijo más que: “Holacómoandás”. Otro día, me compré una planta. Era tan
linda. Pensé que difícilmente pasaría desapercibida, pero para este Rulemán
creo que nada era sorprendente. Ni tan siquiera mi plantita.
Viendo
que nada nuevo pasaba, decidí no responderle más. ¿Y creen que le afectó? No.
Siguió diciéndome exactamente el mismo “Holacómoandás” irritante de siempre con
la misma sonrisa falsa y la misma pinta de ñoño.
Era
un desafío, una puesta a prueba pero no la entendió. No me sorprendió, pero
porque no se sorprendió él tampoco.
Concluí
entonces, que a él no le interesaba saber cómo andaba, no le interesaba
escucharme. El sólo necesitaba decirlo, cumplir con su hábito, con su
“rectitud” y seguir.
Esto
y muchas cosas más son suficientes para renunciar, por lo que no me quieran
echar porque llego tarde. Renuncio porque no me banco ver Rulemanes todos los
días.
Espero
la liquidación del último sueldo.
Adiós.
Clemencia Campos
Jajaja. Uno que lo lee no sabe si el "ruleman" es la escusa que se pone la oficinista para justificar la echada "por llegar tarde" o si realmente renunció por su causa.
ResponderEliminarMe encantó el dibujo y el nombre rule-man que le das a ese "Natalio Ruiz" tuyo.
A mi últimamente hay alguien que cada vez que lo saludo me dice "Quetalmarisatodobien" y sigue caminando. Jamás le pude decir si estaba todo bien o no. Lo da por hecho. Debo tener cara de "todobien", me imagino...
Genial. Y realmente hay gente que es motivo de renuncia. Así como pasa al revés. Me ha pasado de laburar unos años en una oficina, haciendo un trabajo muuuuuy pedorro, pero no me podía ir porque la pasaba muy bien con la gente que trabajaba ahí. Mi laburo era prender la computadora, recibir los mails, preparar café, hacer compras, hacer un poco de cadete y algunas cosas de banco, pero me costó muchísimo irme porque la pasaba bien. Supongo que sería el opuesto de este relato.
ResponderEliminarMe gustó mucho el "Son de esas personas que al instante lo hacen tiempo y al instinto lo hacen hábito.". Muy descriptivo.
(Pensé que a mí sola me pasaba lo del desodorante)
ResponderEliminarclemennn, ya te dije que me parecio genial!! yo saludo todos los dias a un ruleman, que ademas no lo soporto por otros motivos, y no puedo entender como puede vivir así!! y le pongo mala cara y nose da cuentaa, salvo el otro dia tuve mi pequeño triunfo porque se quedo mirando fijo y yo pense: ahh ahoraa ves la cara que tenemos!! ta loco la gente piensa que tenemos capaz invisibles a veces...
ResponderEliminary despues me paso hace unos años yo trabajaba en uina oficina en la que yo era la que preguntaba: hola como andas? primero a un arquitecto y segundo a un secretario (en ese ordene staban sus oficinas). el primero SIEMPRE me decia: todo bien. y el segundo, aunque no lo crean, me decia SIEMPRE: maaaal . me canse de la misma respuesta y pasé a no preguntar. y el segundo me miraba y se uqedaba con las ganas de contarme todo lo maaal que estaba. ahora q lo leo, me volvi muy antipatica.. que espanto!! aja