Cuando se sentó en el escritorio
de la casi vacía oficina de su papá lo vio. Acostado como un niño cansado. El
diario de su hermana dormía, viejo, muy viejo, demasiado para ser un niño.
Su hermana lo había apoyado ahí
un día que salió corriendo porque llegaba tarde al cine. Lo había apoyado con
mucha suavidad, como si fuera un cristal a punto de romperse. Y luego salió
corriendo.
Ahora que ella estaba frente a
ese diario ajeno, íntimo, extraño, se sintió abrumada por las posibilidades.
Quería abrirlo, quería leerlo. Saber qué pensaba su hermana mayor de la fiesta
que habían tenido hace unas semanas, qué pensaba de todo lo que había pasado
después, y qué sentía ahora que su papá se había ido a vivir unos kilómetros
más lejos. Su hermana nunca le hablaba nada de eso y quizás no le importara
nada, ni le angustiara. Le aterró la idea de confirmar que ella era la única
con los miedos, la bronca, los sueños raros e invasores a las 3 de la mañana,
cuando estaba más sola que nunca. No lo abrió, no quería leer eso.
Sus manos querían acercarse pero
prefirió tirar la cabeza para atrás y acomodarse en esa silla tan cómoda, que
en cualquier momento un camión de mudanza iba a venirse a llevar, para despejar
los últimos vestigios que habían quedado de su papá. En esa posición podía ver
perfectamente un agujerito en el techo, no sabía de qué era, pero se quedó mirando
fijo. Era un hueco negro, no muy
profundo, ¿lo habría dejado alguna lámpara? En ese estado de concentración se
quedó un rato largo. Si miraba muy muy fijo quizás podría convertirse en un
agujerito, tomar su lugar en el techo, y quedarse ahí para siempre. Era tan
redondo y simple...
María Teresita Suriani
Conozco esa sensación, Teresita. Ese deseo de desaparecer del mapa. De que "te trague la tierra".
ResponderEliminarMe gustó mucho cómo fuiste llevando la escena que termina en ese gesto de contemplación y necesidad de huida. La incertidumbre frente a un capítulo de nuestra historia que llega a su fin.
Muy bueno, Tere! Impresionante cómo todo te va conduciendo hacia ese desenlace tan feliz. Esa mirada esférica que soluciona todo. Esa sensación de estar sobrando en esta vida y que lo mejor es no ser nada. Como cuando hace un tiempo, miraba a mi perra y decía: "¡Qué vida tranqui tiene esta perra!", le acariciaba la cabeza, ella me miraba con la lengua afuera y lamía mi mano. Percibía como una sutil envidia brotaba de mí:"¿Por qué no se hace problemas como me los hago yo?". Comprendía entonces que ahí está la riqueza de ser hombre. "¡Qué complicado!" concluía y me iba a tomar una siesta extraprogramática.
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