http://www.taringa.net/posts/salud-bienestar/1734011/La-muerte-y-el-duelo.html
…Y de repente llegó, esa llamada telefónica que rompe el silencio, esa llamada esperada pero no querida, esa llamada aliviadora pero no grata. Llegó la llamada que rompía las pequeñas y diminutas esperanzas que asomaban en un lugar recóndito, en algún recoveco, en una parte escondida de nuestro corazón. No llegó en una tormenta, ni climática ni espiritual, no llego de súbito ni de sorpresa; llegó con todos nosotros juntos, con todos alegres, con todos en júbilo.
Hola- contestó el teléfono mi padre- ¿Quién es? (…). Ajá, ajá, está bien, está bien. Mónica, no te preocupes, yo estuve mucho tiempo en ese ambiente y si no sale de la sala de cirugía, puede ser por varias cosas (…). ¿El doctor te dijo, antes de entrar, que no iba a demorar mucho? (…). No, puede ser porque hay gente, porque no causa efecto la anestesia o le hizo efecto tarde, pueden ser varias cosas Moni; no te preocupes, vamos a orar, besos, besos – terminó mi padre, con una voz esperanzadora, con una tranquilidad inigualable-.
Pero se sentó a la mesa para seguir comiendo y no pudo comer. Quiso beber y no pudo mover el brazo. Quiso estar tranquilo pero estaba inquieto.
Mi amor ¿qué dijo Mónica?- una voz suave, de madre, de esposa, dulce, amorosa, de interés genuino-.
Pero fue una voz incómoda, fue una voz que estorbaba, fue una voz que no quiso responder.
Entonces el rostro de amabilidad de mi padre, el rostro afable y divertido se convirtió en un muro eterno, en una roca inmóvil, en una faz sin superficie, en una cara sin cara. Los ojos escondidos por los anteojos, como dos niños escondiéndose de los extraños, dos faros que no señalan la costa, dos estrellas que se apagan, mirando a la comida y mirando a la nada. Es una muralla inexpugnable; y de repente ¡se derrumba!
Las facciones del rostro tambalean, como ladrillos que se quieren desarmar, es una región sísmica que está a punto de abrirse en dos. Las pupilas que son dos gladiadores tratando de permanecer en pie, los ojos húmedos en un entorno desértico, los labios que se desdoblan, que buscan una calma que no llega, la respiración dificultosa una aspiración helada que quiebra la nariz como un cristal, el corazón que recibe puñaladas, y la sensación, esa sensación de abandono, de despojo, y el ritmo de respiración agitada, los ojos escondidos, el rostro que es una piedra seca y parece hacerse añicos, dos lágrimas que amenazan con hacer un río, los músculos tensos que pondría los pelos de puntas a cualquier púgil, y el sentimiento que desborda; el sentimiento de las respuesta que nos da la vida sin haberle preguntado previamente.
Y el corazón roto, un sentimiento, una sensación, una palabra, una tristeza inescrutable que me cala los huesos. El querer llorar, el querer mandar todo a la mierda, el querer preguntar la causa, todo un cuerpo que se estremece, toda una existencia, toda una vida que entra en crisis. Y la impotencia de querer hacer algo y no poder hacerlo, la cargada de la vida que se ríe en tu cara, y la…, y la…, y l, y,…
Y la lágrima que al final sale, que recorre todo un desierto, que da vida a la tierra infértil, la lágrima que escapa de la prisión, que fluye, como fluye la vida, esa lágrima que borra toda tristeza y que convierte la pregunta en una respuesta. Y cae la lágrima y el hombre se vuelve hombre.
Y el ídolo caído, se desenmascara y muestra su faceta vulnerable, pero sabe cuál es su papel y sabe que es el guía, que es el pilar de la casa; y regresa a ser el hombre que todos esperan que sea.
…Y de repente llegó, como con dulzura, una respuesta, una llamada que, si bien no fue querida, fue aceptada.
Al que perdió un ser querido, quiso llorar y no pudo al encontrar una respuesta
en dónde todos encuentran muchas preguntas.
José Martín