Escudo de La Pampa
Para una amiga capitalina.
Yo nací en el interior, en un pueblo con nombre mapuche,
y en la escuela me enseñaron mucho sobre la cultura, tradiciones y leyendas
aborígenes. También redescubrí mis
raíces esta Pascua, pero fue en el éxodo, visitando ITALIA . De una “i” a la
otra, de un continente a otro. De una
cuna pampa, a una mesa familiar coronada por la pasta. Y todo esto al mismo
tiempo.
Seguramente
lo que queda en mitad de camino es el inmigrante. Pero yo no emigré de ningún
lado. Cuando llegué, todo estaba ahí: mezclado, fundido. Estaba todo junto.
Y también
me contaron una historia de “buenos” y “malos”. Dejame contarte una historia de
dos pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires muy cercanos entre sí.
¿Querés saber sus nombres? Te los digo: “Indio rico” y “Cristiano muerto”. Y en
varias ocasiones, mientras leía estos carteles sobre la ruta, me preguntaba si
en verdad, dada la “Conquista del Desierto”, la ecuación no debería ser al
revés: indio muerto, “cristiano” rico. Hago una salvedad: utilizo el término
“cristiano” en sentido amplio, para evitar cualquier ofensa.
Pues bien,
no sé demasiado sobre fuentes históricas y discusiones de este área. Pero ante
la ausencia de conocimientos teóricos, apelo a mis conocimientos prácticos:
estaba todo ahí, delante de mis ojos, en “persona”. La punta de lanza y el
arado. Insisto una vez más: estaba todo junto. Y eso no deja de sorprenderme.
¡Qué más
quisiera yo que mi tierra me hablara, y me contara de ese tehuelche que sobre
ella construyó su choza, y del gringo que con su arado la hizo fértil! ¡Y que
al mirar el cielo abierto de la pampa, las estrellas que fueron testigo de
todo, me confesaran qué pasó, cómo fue, quiénes somos! Por ahí, quién sabe,
entendería mejor en qué lugar estoy parada.
La cuestión
es que Europa nos miró primero, y creo – y espero que en esto coincidas
conmigo- debemos devolverle la mirada. Pero ya no con los ojitos de un niño que
ruega a su madre que lo alce en brazos, sino con la mirada adulta del que,
sabiendo quién es y estando seguro de sí mismo, es capaz de hablar con sólo una
mirada. Somos lanza y arado, bajo los destellos del Inti y del Iluminismo.
Eugenia Varela
Euge querida, a veces la distancia permite ver con mas claridad y justicia. Gracias por compartirme un poco de lo que ven tus ojos. Tal vez la ecuación entonces sea mirar con atención, no aquella que se esfuerza por entender el pasado, como violentando la intención, sino en un dejarse hablar por todas nuestras raíces, la punta de lanza y arado.
ResponderEliminar¡Qué alegría leerte!
Una maravilla Eugenia. Muy poéticas las imagenes de la lanza, el arado, las estrellas... Y ¡Qué locura los nombres de esos pueblos! No los conocía
ResponderEliminarPara los que no recuerdan: Eugenia está escribiendo este texto en respuesta al "Interior" de Luli Nazar del mes pasado.
¡Gracias a las dos!
Me encantó Eugenia! Cuántas veces nos sumamos a las lecturas dialécticas y no nos damos cuenta que está también la vía del "juntos"! Igual entiendo que es un proceso de maduración como vos decís al final. Ojalá lleguemos a ella en varios aspectos.
ResponderEliminar¡Gracias a vos,querida Luli, por inspirarme! Este pequeño texto iba a ser un "comentario-respuesta" a tu artículo, pero tuvo vida propia. La difícil tarea de entendernos, y de necesitar constantemente a los otros para reafirmarnos. Los nombres de los pueblos son realmente intrigantes. Tendría que averiguar un poco más por qué los bautizaron así. ¡Gracias chicas por los comentarios!
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