La vida es un juego. No tengo reparo en afirmarlo, aunque adivino
las voces que podrían alzarse en protesta por la aseveración que realizo de
este modo casi temerario.
A algunas de ellas les doy la razón; son aquellas cuya protesta se
basa no en lo que afirmo sino en quien lo afirma. Sé bien que muchas veces
tengo tremebundas dificultades para comprender encarnadamente semejante verdad;
pido disculpas y me declaro culpable de mi falta de coherencia respecto a este
punto: a veces me olvido de jugar.
Otras voces, sin embargo, apuntan su reprobación contra la
afirmación misma con la que arrancan estos renglones. Posiblemente lo hagan con
las mejores intenciones, argumentando que la vida hay que tomársela en serio y
que su peso específico impide que se la equipare con lo lúdico. Entiendo,
créanme que sí. Y coincido con semejante apreciación de la vida, es sólo que no
coincido con semejante apreciación del juego.
El juego es también una cosa seria. Temo que quienes no lo
consideren así, o bien no han aprendido a jugar de veras, o bien se han
olvidado ya de cómo era que se hacía. El que juega lo hace en serio, de lo
contrario casi que no vale la pena (y no olvidemos que a veces en el juego hay
pena también).
Lo hacemos para divertirnos, es cierto, al menos la mayoría de las
veces, pero eso no significa que lo tomemos a la ligera. El ingrediente divertimental de lo lúdico no tiene por
qué excluir que uno se meta en el juego con cuerpo y alma. Salvo que olvidemos
que para “pasarla bien” no hay nada mejor que hacer las cosas correcta y
seriamente, valga esto para la existencia misma o para un partido de truco. Y
si al juego lo utilizamos mayormente como una especie de recreo, no es porque
no nos importe, ni porque nos desconcentre, sino porque nos concentra en otra cosa.
Salvo que al jugar nos tomemos todo con excesiva liviandad o que, en
el otro extremo, nos excedamos en el rigor con el que lo consideramos hasta el
punto de olvidar de que se trata de un
juego justamente, lo lúdico combina de manera maravillosamente exitosa la
seriedad y la alegría, el gozo y el rigor, lo cual intuyo que no está lejos de
una recta manera de entender la vida.
El juego combina además otras cosas, que me llaman la atención. Las
reglas y la improvisación, por ejemplo. Las primeras son imprescindibles, al
punto de que es impensable un juego sin ellas. Pero las normas ponen tan sólo
el marco, señalando los límites de lo permitido, y es dentro de esos límites
donde la creatividad e inventiva dan
sabor al asunto. Los vuelos imaginativos, la gambeta imprevista, todo eso no
está en las reglas, pero tampoco va en su desmedro. Las normas no excluyen la
inspiración espontánea ni viceversa. Las reglas están a favor del que sabe
improvisar talentosamente y la improvisación se edifica de manera fructífera
solamente sobre la base de las reglas establecidas y sin pretender quebrarlas.
¿Acaso no sucede otro tanto con la vida misma?
La relajación y el cansancio también se combinan curiosamente en el
juego. ¡Claro que podemos cansarnos jugando! ¿Pero no es acaso un cansancio
relajante, un cansancio renovador que nos permite enfrentar el porvenir con
mirada renovada? De otra manera, no sabría cómo explicar que después de una
agotadora semana laboral uno tenga ganas de correr dos horas atrás de una
pelota, para “relajarse” justamente. Y, al fin y al cabo, una vida bien vivida
¿no es, de una manera similar, cansadora también, pero a la vez reconfortante
en ese mismo cansancio bien ganado?
Seriedad y placer, normas y creatividad, cansancio y renovación,
distracción y concentración, talento natural y práctica esforzada,
planificación y azar, éxitos y fracasos alternados... Yo no sé mucho de nada,
pero ruego poder seguir aprendiendo sobre este particular arte de jugar la
vida.
Martín Susnik
¡Gracias Martín por tu inventario de puentes entre la vida y el juego!
ResponderEliminar¡Buenísima la imagen! Me hace pensar por contraste en una nueva definición del hombre: "animal que juega".
Yo me encuentro entre los que en un primer momento me hubiera sentido tentada de protestar, jaja. Por aquel texto que repetía siempre Komar de Paul Schilder: “No hay ningún juego que sea solamente juego: siempre en todo juego hay alguna responsabilidad. Nos gusta engañarnos con la idea de que podemos prescindir de las acciones y de que podemos no actuar como personalidades totales, posponiendo nuestro compromiso interior. Pero en el fondo de nuestra personalidad sabemos que la verdadera belleza de la vida radica en su carácter profundamente serio e inexorable" Siempre me conmueve ese texto. Toca cuerdas esenciales de mi modo de ser.
Pero confieso que después de leer tu escrito entiendo un poco más eso de que "no hay ningún juego que sea solamente un juego", eso de que la belleza de la vida radica en obrar como personalidades totales.
¡Sobre todo si sale esa gambeta!
Sabia que estabas pensando en el fútbol como la "idea platónica del juego".
Fontanarrosa esloveno...
¡Martín, muy buenas y profundas tus reflexiones! Coincido contigo en que el juego es una cosa seria y, que por lo tanto, hay que practicarlo con calidad y esmero para lograr el objetivo propuesto: la diversión, el alivio de tensiones - relajación y la renovación psicofísca del o los jugadores. Constituye un marco de respeto mutuo para la competencia sana entre jugadores, para superarse a sí mismos o a los demás, según corresponda... para triunfar - dentro de las reglas de juego que rigen para todos. - Habitualmente, se juega para ganar. Pero en casa entre hermanos hemos pudimos aumentar la adrenalina invirtiendo ese objetivo: manteniendo las reglas, jugar "lo más mal que se pueda" (y competir en contra de uno mismo)para ser ¡triunfador! Créanme que eso requiere muchísimo esfuerzo por parte de cada contrincante... y resulta muy divertido.
ResponderEliminarHola Martín, tantos años! Que hermosa reflexión! Estoy muy de acuerdo que la vida es un juego. De hecho creo que la única diferencia entre los hombres y los niños es el precio de sus juguetes... Un abrazo!
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