Perdidos en el horizonte, los dos, por esos paisajes inhóspitos
donde los hombres nunca van. (¿Qué son las tierras de los horizontes sino las
que se miran desde lejos?). En los confines donde se recuesta el sol, allá van
los dos, buscando algo que sólo ve el corazón por el desierto de la desazón.
La tierra era dura, seca y pocas plantas se retorcían bajo el mediodía.
Pero ellos, locos, como cuerpo y alma, corrían siguiendo un aroma, un murmullo
a lo lejos, un sueño que alguna vez se cruzó y prometió calmar su sed. Jinete y
equino sedientos por este desierto al galope, noche y día, día y noche.
Desde potrillo soñó con verlo, acariciarlo, escucharlo rugir alguna
vez. Le dijeron que era inmenso, que nada sus ojos vieron tan colosal. Allá
iba, ¿buscando qué? Un no sé qué, algo de qué atajarse, de qué aferrarse, de
qué agarrarse, una respuesta, algo más que este desierto duro y seco.
Al fin, luego de la eterna jornada, el jinete desmonta y cae de
rodillas. La bestia, mientras tanto, se abalanza a beber hacia el arroyo que
corría por detrás. Arrodillado en la orilla ante la inmensidad del océano,
intenta tomar el mar entre sus manos pero el agua se le escurre entre ellas.
Sólo pudo dejar una lágrima entre las olas, ya que ni el ancho mar pudo aplacar
esa insaciable sed.
Mateo Belgrano
¡Gracias Mateo! Muy linda la imagen del hombre llevado a la grupa de su deseo sin saber a dónde y nunca llegando.
ResponderEliminarAy, ay, ay... ¿porqué tendremos siempre tanta sed?
ResponderEliminarmuy buena la alegoría Mateo!
me encanto!
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