Hay una anécdota familiar que siempre
sale a relucir entre los míos cuando me pongo muy insistente u obsesiva con
algo (es verdad: soy un poquito obsesiva), bajo la siguiente exclamación:
“¡Otra vez con el piquito de dulce de leche!”. (En casa no lo llamamos “conito”
sino “piquito” porque parece el pico de una montaña, ¿no?)
Mi papá y yo siempre fuimos golosos. Con
decirles que una vez nos mandaron a comprar helado para la cena de Noche Buena
y trajimos 7 litros de helado de dulce de leche, basta como prueba. Era el
helado de dulce de leche de la Vascongada, que venía en potes de un litro.
“¿Para qué vamos a llevar otro gusto si todos después se pelean por el dulce de
leche?” nos preguntábamos con lógica impecable. De modo que compramos dulce de
leche “solo”, “con nuez”, “super dulce de leche”, etc. Esto se los cuento para
ponerlos en contexto.
Un día, cuando yo era muy chica (¿8 ó 9
años? No recuerdo exactamente) al volver
del colegio que quedaba a dos cuadras de mi casa, pasé por el kiosco de la
esquina y con unos pesitos que tenía, compré un piquito de dulce de leche para
darle de regalo sorpresa a mi papá. Me llenaba de felicidad de sólo pensar la
alegría que le daría con mi sorpresa. Papá no estaba en casa cuando llegué. De
modo que empecé a esperarlo. Cuando oí su estilo inconfundible de abrir la
puerta me levanté de un salto y corrí a recibirlo con mi tesoro en las manos.
“-¡Mirá
papá te compré un piquito!”
Él
me miró desde su altura como si yo fuera una aparición de otra dimensión (se ve
que tenía la cabeza en otro lado. Quizás estaría preocupado por algo, o
cansado, o qué sé yo)
-“Gracias,
Marisa, pero no quiero.” Me dijo en tono de enfado glaciar, ansioso de
deshacerse de mí.
-
“Pero ¿Por qué?” Yo no podía creer lo que oía. Esa posibilidad no existía en mi
universo mental.
-
Porque no tengo ganas…
-
¡Guardalo para después! ¡Lo comés después! (¿Era sensata mi propuesta? ¿O no?)
-Pero
no tengo ganas.
-Después
sí vas a tener ganas.
-¡No
tengo ganas Marisa! No insistas.
Y yo le estiraba la manito a mi papá con
el dulce envuelto en el papel dorado metalizado que él estaba empeñado en no recibir.
Este diálogo circular duró un rato largo
hasta que papá tomó el piquito, fue hasta el baño, abrió la tapa del inodoro,
lo tiro y apretó el botón de la mochila del agua. “Ahí está, ¡se acabó el
piquito!”
Se imaginarán que aún hoy a mi edad, le sigo recriminando el destino final que le dio a mi regalo.
Aunque en verdad, ya no tanto. Hace unos
años y luego de atravesar graves «terremotos
familiares», un día papá me dijo, como si
se tratar de retomar aquella escena: “Me arrepiento de lo que te hice aquella
vez con el piquito”. Entonces fui, le compré otro y se lo regalé y no me moví
de allí hasta que comprobé que se lo terminaba de comer.
Marisa Mosto
Marisa, no exagero si te digo que se me llenaron un poco los ojos de lágrimas... No conozco a tu papá, pero me imagino lo que habrás sufrido con el destino que tuvo tu primer regalo!! Por suerte la vida siempre nos da oportunidades como la que tuviste después, de enmendar situaciones que tal vez no hubiéramos querido que terminaran de determinada forma.
ResponderEliminarQué estaria pasando por el interior de tu papá ese día...? seguramente estaría abrumado por alguna situación o problema. Me hace pensar en la cantidad de veces en que tenemos que estar atentos a nuestro alrededor, ocupándonos de cosas cotidianas, mientras por adentro está el tsunami en su máxima expresión... Por suerte hay veces que a pesar de todo no nos impacientamos ni trasladamos al afuera ese caos. Y por suerte, si lo hacemos (como le pasó a tu padre) siempre la vida sigue como para volver a ofrecer la posibilidad de una explicación o disculpa ¿no?
ResponderEliminarOh! Sí el Jaleo del Jorgito me hace pensar en las veces que uno por ahí encerrao en uno no se da cuenta del Jorgito en la mano del otro...
ResponderEliminarMS
Genial, como siempre. Con esa capacidad para compartirnos tu mundo, querida Marisa, que como lector y amigo agradezco tanto!!
ResponderEliminarMUY EMOTIVO. ME SENSIBILIZO SOBREMANERA.
ResponderEliminarMAX HUNICKEN
¡Gracias a todos por su solidaridad jajaja! En realidad mi recuerdo pasa más bien por lo pesada que me puse y sigo siéndolo con el tema. (¿No ven que vuelvo al asunto? ¡Y con argumentos!¡Con grandes argumentos!) Por eso dicen en casa cada vez que me pongo pesada con algo "otra vez con el piquito". Mi viejo es un "tanque de agua" de tranquilo. Por eso es todo más inverosimil. Tengo una gran capacidad para hacer saltar los tapones.
ResponderEliminarA veces Sol, hay que buscar el "kairós" para entregar los regalos.
Y es verdad siempre se puede cerrar el círculo de manera creativa. ¿Vieron que al final logré que se lo comiera?
Emocionante Marisa! Para reflexionar acerca de la imagen y las marcas que podemos dejarles a los chicos para siempre. Seguramente tu papá no quería rechazarte el "piquito".
ResponderEliminarMi hermana era muy densa...Mi papá un Santo!
ResponderEliminarLa hermana menor de la "chica del piquito"
Buenísimo! Qué gracioso!
EliminarYa me pasò una vez en este blog. Me mata que los familiares "pasen" a confirmar lo contado o a retar al autor, es muy divertido, ajja.
ResponderEliminar¡Esta muy bien! ¡El viejo se merecía un abogado!
ResponderEliminarQué bueno que tu padre tuvo oportunidad de que le regales otro "piquito". No se da tantas veces en la vida esa posibilidad de volver a vivir algo. Muy lindo lo que compartís.
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