Bárbara Drausal, Estímulo Visual, técnica fotografía intervenida con acuarela
Buscamos. Es un hecho. Es enigmático, es misterioso, pero es innegable. Lo confirma incluso la paradoja de aquellos que buscan no buscar más. Por alguna razón estamos imperados a buscar. La lista es interminable y abrumadoramente variada: objetos de la más diversa índole, rostros, palabras, miradas, sensaciones, melodías, caricias, respuestas, de vez en cuando incluso preguntas, silencios... y ESO, que buscamos en definitiva, para que explique todas nuestras búsquedas y las ilumine con definitivo sentido.
A veces con calma, a veces a las corridas, a veces de la mano y otras veces por sendas solitarias... buscamos. Buscamos sin cesar. Activos y pasivos a la vez. Activos porque somos nosotros los que emprendemos la búsqueda y en ese buscar, incesantemente floreciente en nosotros, nos ponemos en movimiento. Pasivos, porque es como si estuviéramos “hechos” para buscar; como si nuestro núcleo íntimo, donde brota nuestra tendencia, no dependiera, en su originaria estructura, de nosotros. Nosotros mismos destinados y destinatarios de nosotros mismos, para buscar nuestro destino y buscarnos, en él, incluso a nosotros mismos.
¿Será que hay algo que nos empuja? ¿Desde adentro? ¿Desde atrás? ¿Desde (hacia) adelante? ¿Desde dónde y hacia qué...? ¿O será, como dicen algunos, que todo es una farsa, que simplemente juegan con nosotros, obligándonos a perseguir metas inalcanzables que se desvanecen en su inexistencia? Algo así sería demasiado difícil de soportar. Yo, al menos, no podría. Creo que sería el peor de los mundos posibles y, si tal fuera el caso, ya hubiera decidido apagar el pucho hace rato y retirarme mutis por el foro. En un mundo así sería mejor no estar, francamente. Sería mejor irse en silencio y abandonar el juego, sin patear tableros ni hacer escándalo, dada la inutilidad de toda protesta. En la peor de las escenografías posibles no vale la pena protestar siquiera; sería darle el gusto a un universo que se divierte burlándose de uno. Pero no puedo aceptar la opción. ¡No quiero! No es por capricho, no se malentienda. Es sólo que no puedo querer aceptarla. No depende de mí. Aún en ese caso sé que no podría suprimir la queja y un ardiente convencimiento me señalaría que sería legítima. Y si hay lugar para la queja es porque, en el fondo, las cosas deben ser de otra manera. Y esto implica que pueden ser de otra manera.
Buscamos... Debe haber algo para encontrar.
Anhelamos. Como si no estuviéramos completos. Como si fuéramos rompecabezas a medio hacer que necesitan, para ser completados, de las piezas de otros. Y lo sabemos, porque siempre nos falta cinco para el peso, si no más. No nos bastamos a nosotros mismos y nuestras incesantes búsquedas nos susurran que estamos hechos sedientos de comunión. Y hasta tanto esas comuniones no se dan (y tienen que poder darse, lo siento en los huesos) no podremos terminar de ser.
Buscamos. A veces sabemos qué, otras veces no, o no del todo. Nuestro tiempo se ha especializado tal vez en hacernos buscar sin pausa, impidiendo con ello, al mismo tiempo, que nos hagamos la pregunta sobre qué es lo que estamos buscando. Tal vez porque algunos titiriteros creen que así podrán acarrearnos a esas persecuciones con las que, supuestamente, ellos salen ganando. Tal vez porque nos hemos tornado miopes y nuestra mirada, reducida a lo inmediato, ya no quiere explorar para ver qué buscamos en el fondo... Víctimas y victimarios, unos y otros. Consumidores y consumidos, por culpa propia y ajena. Activos y pasivos, pero en un sentido perverso. Tal vez, entre tanta búsqueda frenética, nos falte buscar sosiego.
Buscamos. No deja de ser curioso. Y lo más curioso de todo es que hay cosas que conviene no buscar demasiado, si es que uno en verdad quiere encontrarlas. Una norma vital de rasgo paradójico, cuyos alcances apenas sospecho. La conocen los insomnes, que no pueden conciliar el sueño cuando se empecinan en ello. La conocen los artistas, que cuanto más se afanan por forzar a las musas, más las terminan espantando. La conocen los arrogantes, que cuanto más respeto tratan de imponer, menos logran ganarlo. La conocen los cómicos, que pierden su gracia cuanto más se esfuerzan en causarla. Lo sé yo, que cuanto más me he preocupado por mí mismo, menos he podido encontrarme.
Martín Susnik