“Hay gente que se queja gratis” me dijo
aquella señora, justo aquél día. Yo no sé si creer en el destino, en la
Providencia, en la casualidad, en la causalidad, en el caos, en el azar o en no
sé cuántas otras explicaciones del por qué de las cosas que pasan en la vida de
cada persona. Tal vez peque de filósofo y me pregunte por qué justo me pasó
aquél día, pero no es lo interesante.
Lo interesante es que aquél día, fue un día
especial. Quejarme era lo mínimo que podía hacer con lo que me había pasado,
con lo que me habían hecho. Y no eran quejas rutinarias donde uno cuenta una
situación y el resto en un intento de solidaridad empieza a comparar situaciones
e intenta complacerte con sus “a mí me pasó”, o incluso los típicos comentarios
alentadores o consoladores como “no te preocupes, todo pasa”, “no te
enganches”, como si las vivencias no fueran personales y también los daños que
muchas veces generan esas situaciones. Pero como decía, hay muchas formas de
quejarse. Yo me quejaba odiando la vida, poniendo mala cara al momento que
estaba viviendo (olvidándome por un rato que si llegara a morirme esa noche me
iba a arrepentir de vivir así el último día de mi vida).
Y así estaba, viviendo como si mi vida
estuviera arruinada, como si en un mínimo instante se me hubiera ido todo. Y el
“podría ser peor” que me decía mi conciencia me ponía aún más nervioso y más
aún el “otras personas vivieron cosas peores y son felices” como un Tim Guenard
o una Josefina Bakhita. Bueno, con el mayor de los respetos a sus vidas y
vivencias, no me importan. Ellos fueron ellos, yo soy yo. Una es santa, el otro
un ídolo, yo no lo soy. Quiero quejarme.
Pero como si la vida de los santos o el
ejemplo de otros no bastara, Dios, el destino, el azar o mi jefe me mandó a
charlar con una compañera de trabajo. Aquella que me dijo el famoso “hay gente
que se queja gratis”. No sé cómo llegó la conversación a que me cuente su vida
pero otra de las frases que me pegó fue también “Tengo que agradecer que haya
estado conmigo 15 años”. Se refería a la hija que había muerto hacía un par de
años. Nació y le habían dicho que viviría meses. Llegó a los 15 años, lograron
festejarle su grandiosa fiesta de 15 donde fue diosa por una noche y luego
murió. Y ya con los ojos llorosos me comentó que también había perdido a su
marido un año después de la muerte de su hija. “Tengo que agradecer a Dios la
vida que tengo, y lo mucho que me regaló”, entre otras cosas que me dijo.
La vida de los santos, el ejemplo de otros no
me consolaba, pero el tenerlo tan cerca, el ver esos ojos llorosos, llenos de
lucha, de amor por la vida, de sacrificio, de esperanza, me conmovieron. Como
una brisa fresca esa conversación me renovó y la queja se volvió tranquilidad,
entendí que la vida no se vive si te quejas. Nada de lo que te pasa es
suficiente como para odiar la vida y vivir quejándote. Y cuántas quejas se ven
hoy. Entendí que lo que me había pasado no era tan caro. Entendí que yo no
quería ser de esos que “se quejan gratis”. Y viví un día lleno de vida.
Nico Balero Reche
¡Gracias Nico por tu reflexión!
ResponderEliminarOjalá tuviéramos un "switch" que nos facilitara el paso de un estado de ánimo al otro.
En general solemos valorar todo lo lindo de la vida cuando lo perdemos.
Hola Nico, comparto 100%!!! A uno le llaman la atención ciertas cosas hasta que las sentís directamente. Diste toda una vuelta entera entre la queja, el agradecimiento, y la queja. De qué sirve? La queja te hace quedar anclado. La vida es dinámica! Gracias!
ResponderEliminarNico, me emocionaste. Justo hace poco a una amiga le pasó algo que dije: pucha! de que me estoy quejando??! Y muy de vez en cuando, por suerte!, lees algo como esto, o vivis una experiencia cercana como la otra, y logras ver todo de otro color. Capaz en un ratito volves a caer en quejas innecesarias, en pesimismos, y en esos momentos, por lo menos a mi me pasa, alguien te pega una patada para que vuelvas al centro y veas el vaso mucho màs que medio lleno, rebosante. Gracias!!
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