"Salida del sol, Las
Grutas, Río Negro, 3 de febrero 2013 - E. Z."
Contemplado desde el hotel sobre la avenida
costanera, el océano se nos aparece como una enorme superficie que se extiende
por derecha e izquierda hasta el horizonte y, se intuye, aun más allá – de
color azul profundo e inmóvil. La
observación de la salida del sol se torna un goce fascinante…
Reposo,
actitud de escaso movimiento, sosiego, paz. Situación de permanencia, de
ausencia de cambios o si los cambios tienen lugar los mismos ocurren con mucha
lentitud, de manera casi imperceptible. Obviamente, los cambios implican la
existencia del tiempo; un ‘antes’ y un ‘después’ de cada acontecer. Lo que, a
su vez, presupone la existencia de la memoria; como connotación de situaciones
sucesivas – el transcurrir – relacionadas, a su vez, con otros momentos vividos
y éstos concatenados con otros y… otros, casi al infinito. Los recuerdos nos
hacen revivir el pasado en el presente, ¡ahora mismo! no más. Recordar es sacar
a la luz lo que uno tenía guardado en su corazón, a modo de referencia en su
transcurrir íntimo, sus pensamientos.
Ese
estado de quietud supone ausencia de movimientos y cambios que distraen nuestra
atención sobre el acontecer del momento que – físicamente – es casi inexistente
pero que nos induce a la contemplación de nuestro derredor, tal como es, en
tiempo presente, al modo de una fotografía – congelada en el tiempo. Podemos
cotejarla con otras imágenes – que la memoria nos acerca – totales o parciales
y lentamente comenzamos a armar una visión más profunda de esos instantes de la
realidad que nos atañe y así terminamos como objeto del fruto de nuestro propio
pensar… reflexivo. Por lo visto, hubo cambios en nuestra intimidad y, por
consiguiente, hubo transcurso del tiempo – hubo ¡movimiento! ¿Estuvimos, pues,
quietos realmente?
Por
lo visto, las apariencias pueden engañar. Sujetos casi inmóviles, mirados desde
afuera manifiestamente quietos, pero absortos en cuestiones morales,
obsesionados por ellas tanto que no los dejan dormir, hasta que con una
respuesta apropiada puedan saciar la inquietud de su corazón. Lo cual no
siempre se da y, por consiguiente, esa inquietud permanece, generando
sentimientos de impotencia, angustia, obsesión y hasta de desesperación.
Inquietud implica insatisfacción, ansias y, sobretodo, ausencia de paz, que a
la larga todos anhelamos. La paz, como la felicidad, es fruto de un balance
apropiado entre lo pretendido y lo logrado y, obviamente, es una cuestión
subjetiva; como una sensación de equilibrio justo. Finalmente, tal balance es
dinámico, pues depende del sentir de cada momento.
Muchos
le temen a la quietud en razón de que la misma los induce a reflexionar y ello
puede ocasionarles grandes e indeseables esfuerzos íntimos, morales. Por lo
tanto, para evitarla recurren a la ocupación o atareamiento continuos –
suplantando la actitud de reflexión por el dinamismo puro, que satura e
insensibiliza; olvidándose que toda acción consciente es precedida siempre de
una reflexión.
A la madrugada siguiente, para poder emerger
el sol está entreverado en lucha con las nubes pegadas al horizonte. El color
del mar es más verdoso, grisáceo, con algunos trazos bien oscuros - pero
agitado ligeramente por una brisa. Junto al murallón costanero vemos pasar
algunas personas, solas o en pareja, también contemplando ese espectáculo casi
detenido en el tiempo. Con el transcurso de las horas, la marea avanza, el mar se agita y encrespa
por la acción del viento y el estrépito de las olas rompiéndose en la playa se
vuelve ensordecedor – todo es turbulencia. Sin embargo, contemplándolo desde
cierta distancia, el mar infinito sigue pareciendo - como siempre - quieto.
La
quietud es una sensación subjetiva, de escala de aconteceres. Mientras el mundo
gira y tienen lugar infinitos procesos y cambios en pequeña o gran escala y
mientras nosotros no los percibamos, postulamos que todo está quieto. Sí, quieto
está para nosotros y, por lo tanto, podemos disponer a gusto de nuestra
atención y dirigirla hacia dónde queramos; incluso, hacia cosas que terminan,
¡oh, paradoja!, … inquietándonos. Es de la condición humana que ello ocurra y
eso tendrá lugar hasta el momento mismo en que - al abandonar este mundo…
plagado de interminables y desafiantes inquietudes - nuestro
ser repose para siempre.
En
el mar como en la vida: debajo de su inmutabilidad externa hay un bullicio de
infinitos aconteceres – que, en esencia, hacen a la misma Vida.
Estanislao Zuzek