En la facultad de me dijeron que el finado Ockham tenía el berretín del nominalismo, que sería algo así como identificar los conceptos con las voces (sí, sí, eso de que en las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo).
Medio de chiripa
vengo a descubrir ahora que mucha gente sigue convencida de que rebautizar algo
es modificarlo. Y me parece que no debe de ser así. Si al gordo Ricardo
comienzo a llamarlo Brenda no por eso dejará de tener piernas peludas y un
permanente aliento a cerveza, digo yo.
Los campeones de
este pensamiento mágico son los profesionales de los Recursos Humanos, gente
cuyo libro de cabecera nunca tiene más de dos años y que no comparte con los
anteriores ni siquiera el vocabulario. Esta gente vive cambiando de nombre a
cosas que, no obstante, permanecen inmóviles como el mundo de Parménides (un
nombre magnífico para una variedad de queso -parménides estacionado, denominación de origen controlada, ideal
para acompañar un cabernet sauvignon).
Los que nos
ganamos la vida en ambientes corporativos debemos digerir penitencialmente todo
tipo de eufemismos, lítotes, metonimias, sinécdoques y metáforas berretas que
forman parte del idioma que fundaron esas extrañas criaturas. Y así hay que
hablarles, porque de lo contrario no entienden.
Algunos
ejemplos:
1.
Luego
de que abandonaron denominaciones tan decadentes como jefe de personal, que evoca a un capataz de obraje, o director de recursos humanos, que
deshumaniza a las personas al considerarlas una mercadería extraída de la
naturaleza (como la bauxita o la merluza) en algunas empresas existe ahora un
director de Capital Humano, nombre
que produce a las gentes sensibles aun más repugnancia que los anteriores. Por
suerte nadie la usa. Sobrevive la otra, como pasa con Cangallo, con Canning o
con la persistente expresión tirar la
cadena, inexacta pero al final unívoca (lo de tirar la cadena al final
salió de pura casualidad).
2.
Los
jefes no compartimos las lecciones de nuestra experiencia sino que hacemos coaching o, peor aun, coacheamos (diga usted coucheamos, si es que puede pronunciar
la primera sílaba en inglés y las otras dos en español, y meter un diptongo en
la primera y un hiato entre la segunda y la tercera, todo en una palabra tan
breve).
3.
Al
igualitarismo cobarde que no distingue entre ineficientes y talentosos, entre
laboriosos y vagos, hay que llamarlo equidad
interna. Me parece que se trata de una herencia inapropiada del mundo
castrense, que debió inventar las medallitas para saber qué había debajo de
cada uniforme.
4.
Al
intercambio de información entre competidores se lo titula encuesta de remuneraciones. Está bien, porque de lo contrario
estaría prohibido.
5.
Al
hábito de seguir el triplete dar a cada uno lo suyo, no dañar a otro y vivir
honestamente, o tan sólo de ser gente,
como decía mi abuela, se lo llama propender
al clima laboral, supuestamente al buen clima laboral, aunque esto no se
indica. Otro abuso de la metáfora, que en este caso seguramente provendrá de un
meteorólogo.
6.
Se
usa el adjetivo transparente para
indicar que el otro no notará un cambio, que su experiencia será igual después
de que otro haya modificado algo (este
cambio en la forma de liquidar el sueldo será transparente para el empleado).
Notable porque significa todo lo contrario: que será opaco.
7.
Cuando
uno quiere llamar a un incompetente para hacerle saber que no viene dejando
macana sin hacer, en realidad debe convocarlo a una reunión de feedback para señalar oportunidades de mejora. Semejante
título condiciona de manera irreversible el tono de la conversación e inhibe el
deseo del jefe de descargar el desprecio más primario sobre la bestia y de
señalarle su irremediable condición de tal. Como las oportunidades de mejora
son infinitas para quien no hace absolutamente nada bien, la reunión transcurre
en un clima optimista, casi festivo. El candidato descubre que su potencial de
desarrollo es enorme, pero se retira tan bruto como cuando llegó. Sólo por el
título que hay que ponerle a la reunión.
Vamos a ver si
les pasamos un trapo con Blem a las palabras y homenajeamos su decencia
poniéndolas arriba del aparador de la cocina. Con todo lo que han hecho por
nosotros no merecen este maltrato.
Marcelo Gobbi
Muy gracioso Marcelo.
ResponderEliminarEl punto 7 me pareció genial.
En realidad a los filósofos no nos gana nadie en eso de "redefinir términos". Lo venimos haciendo hace más de veinte siglos.
Aunque últimamente los de Ciencias de la Educación se llevan todos los premios. Pero eso sí, salvo algunas excepciones, no nos pueden acusar de que lo hagamos con intenciones estratégicas, como ocurre con tu señor de los recursos humanos.
Saludos a todos y todas
Me encanto! Ya se lo mando a un par de migos "lúcidos" del mundo empresarial....
ResponderEliminarMe hacés reir tanto!! es buenísimo Marcelo...tal cual!
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