Que el agua es esencial para la vida lo
sabemos bien desde mucho antes de la genial ocurrencia de Tales. Que así mismo
puede obstaculizar la supervivencia también lo sabemos, si no pregúntenle a los
que no tuvieron la posibilidad de acompañar a Noé. También sabemos que
necesitamos del aire, pero no dejamos de temerle cuando éste arremete con esa
velocidad y esa furia que, lejos de la simpática brisa, lo transforma en viento
o algo peor.
Confieso que, en lo personal, el viento no
ha llegado a quitarme el sueño, si bien entiendo que esconde en sí algo
sublime. A lo sumo, me cuido de que el viento no me resfríe en esos días en que
anda medio traicionero. Tampoco le temo al agua. Incluso dejo que me enjuague
de vez en cuando, no sólo por razones de higiene, sino a veces incluso por
divertimento, especialmente en verano. Pero si tengo que trasladarme de un
punto del espacio a otro y no hay viento ni demasiada agua, mejor. Es como si
los relacionara instintivamente con la noción de obstáculos.
Sin embargo, hay gente que sabe encontrarle
otra vuelta a las cosas. Si por ejemplo yo me encontrara rodeado de agua y
viento, y alguien me arrimara una tabla, posiblemente me limitaría a hacer uso
de ella para descansar un poco en mi intento de mantenerme a flote. Me imagino
ensayando una ridícula versión de estilo pseudo-crawl, tirado boja abajo sobre
la tabla y manoteando unas infantiles brazadas a sus costados. Y si además me
arrojaran un palo y una tela, posiblemente caería en la risible tentación de
usar superfluamente el palo como remo y la tela para cubrirme y ampararme del
frío y del resfrío. Pero, como decía, hay gente que es más piola.
A alguno se le ocurrió alguna vez incrustar
el palo en la tabla y atar a él la tela, convirtiéndola en vela. ¡Qué cosa genial
el ser humano! Y lo que a mi falta de idoneidad hubiera resultado improductivo,
reveló su lado útil. Y lo que a mi torpe relación con la naturaleza se mostraba
como un obstáculo para el traslado, se manifestó en realidad como posibilidad
misma de trasladarse, como elementos que la naturaleza brinda para que uno
pueda contar y apoyarse en ellos en diálogo fecundo. ¡Qué cosa genial también
el mundo!
No sólo eso. Esa manera de moverse de un
lado a otro aprovechando el agua, el viento y la creatividad, que debe haber
nacido bajo la necesidad supongo, llegó luego a adquirir un carácter lúdico y
estético, que convierte el esfuerzo en algo regocijante. ¡Curiosa maravilla!
Reconocer el punto de apoyo en lo que
parecía un obstáculo, descubrir que lo parecía molestar puede ser visto como
medio de progreso, convertir la dificultad en un factor a favor, transformar la
mera necesidad en belleza, aprender a jugar con el entorno, cansarse con eso y
regocijarse en eso… Hay algo de existencial en todo este asunto. Quizás valga
le pena pensarlo.
O quizás la metáfora sea demasiado berreta.
Martín Susnik
¡Qué buena metáfora Martín para encarar los obstáculos! No es nada berreta. Lo que planteas es una actitud vital muy sabia y real. Una manera de entender la adversidad como ocasión de crecimiento. Quizás seamos capaces de apreciarlo muchos años después y no en el momento de la batalla.
ResponderEliminarClaro que el viento y el mar poseen un costado de belleza y compartiendo sus secretos con el hombre que sabe escucharlos terminan todos siendo un gran equipo.
A mí lo que también me gusta es cómo la inventiva sigue inquieta! Acá en Bariloche siempre se dijo que el windsurf era más complicado por la no uniformidad de los vientos que hace que las ráfagas vuelvan loco a cualquier deportista, así que ahora lo que se ve en el Nahuel Huapi es el kitesurf. Los tipos parece que literalmente vuelan! Lo que era el obstáculo es el punto de apoyo que decís!
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