Acabo de descubrir el
significado etimológico de la palabra inglesa whisky, proveniente del gaëlico uisce
beatha que quiere decir agua de vida.
Su equivalente escandinavo es el aquavit
o akvavit, del latin aqua vitae. En ruso vodka – agüita. Por otra
parte, intenté encontrar algún parentesco entre el gaëlico beatha y nuestros beato o
beatitud. Beatus en latin significa
entre otras cosas: feliz, bienaventurado – ¿no es eso, acaso, justamente lo que distingue a La vida?
Whisky parece una palabra
mágica que confiere status. Más aún, si a la misma le viene asociada alguna
marca de allende los mares y publicitada en los medios audiovisuales de acá
como “lo más”. Al estilo de que el que lo saborea asiduamente – y con ‘clase’
– es porque tiene acceso a todo lo que
el mundo ‘chic’ y consumista considera como expresión de felicidad: poder,
mansiones, autos de alta gama, mujeres hermosas… En fin: éxito en todos los
frentes, ¿no? ¡Qué sencilla, fácil la TV!
Entonces, ¿Es ésta la cuestión: Consumir para ser… o ser para consumir?
Ahora, ya no. Pero antes,
cuando se era joven o no tanto, en los agasajos, vuelos en avión o viajes en
ómnibus de larga distancia de categoría “superior” u otros eventos sociales uno
optaba con mucha predilección por la copa de whisky que se le ofrecía de entre
varias opciones sobre la
bandeja. Sonaba a cierto grado de distinción, ¿no?, y ¿quién
se puede sustraer a eso que, finalmente, halaga al ego? Por otra parte,
especialmente en reuniones de cierto prestigio, se convidaba con whiskies de
marcas de mucho renombre, ¿se podía no optar por aquello de tamaña calidad y
precio, eh?
Uno termina como conocedor
de ese mundo de los varios cereales y del agua de los distintos lugares de
origen y, no en último término, del proceso empleado para su elaboración y, de
ser posible, de alguno de sus secretitos. También para degustarlo hay que
respetar ciertos detalles como por ejemplo que el agua provenga del mismo
origen… Todo un culto, pues, de iniciados; conducente a la tan ansiada
distensión que todos en algún momento necesitamos. Poner la mente en blanco y
dejar de lado las preocupaciones y volver a ser libres – aunque sea por un
rato. Ese sería el caso de los que saben gozarlo de verdad y en la medida
justa, con moderación. Solos o compartiendo whisky con amigos - digamos -
en comunión “espirituosa”, para
cultivar la amistad… de espíritu a espíritu… darse y recibir, dialogar. Lo cual
predispone para vivir momentos hermosos y, por consiguiente, trascendentes.
Naturalmente, no siempre
es así. A menudo se incurre en excesos de consumo y, de ahí en más, las
situaciones más bochornosas y desagradables puedan ser imaginadas. La libertad
cede lugar a la esclavitud del vicio y la dignidad de la persona se esfuma…
Para ser ecuánimes, esto vale no sólo para el whisky sino para toda bebida
alcohólica, cuando es consumida con desmesura. Depende de uno, pues.
Al presente, las amistades
que recibimos en casa suelen optar por otras bebidas, y no necesariamente
alcohólicas, para compartir el rato con nosotros; por ahí piden agua, que acá
en Bariloche suele ser rica. Y las bebidas fuertes pasan por desatendidas. Tan
es así que, frecuentemente, largo rato después de haberse retirado la visita,
tomo nota que convidarla con un whisky “on the rock” o algo por el estilo… ¡ni
se me ocurrió! Obviamente, debo no-pertenecer al grupo de los entusiastas
cultores del whisky. ¡Que los desengañados me lo perdonen! De mi parte, les
deseo de corazón que puedan seguir disfrutando
- con la templanza del caso - de ese licor de cereales de origen nórdico
en la medida que con ello maticen y “endulcen” su propia vida y la de sus
relaciones para que, solidaridad de por medio, todos gocemos de mayor armonía y
felicidad. ¡Salud!
Estanislao Zuzek
Muy buena Estanisalo su reflexión. Y creo que su palabra es por ahora la primera que realmente está en el diccionario de español, ¿no?
ResponderEliminarEs asombroso todas las connotaciones "culturales" que pueden rodear a una bebida, marcas, etc. Somos muy fetichistas a veces.
Por mi parte prefiero el licor de whisky, el Drambui, o el de mandarina, el Cointreau o mi favorito, el irlandes Baileys.
Lo que escribiste, Estanislao, me provocó eso que también me pasa cuando veo en alguna película gente que fuma, pensar: qué lindo que se ve cómo disfrutan! y me dan ganas de fumar o ahora, al leer lo tuyo, de tomarme un vaso de whisky con el agua del mismo origen, y hielo también. Si bien no me gusta el whisky... ¡todo lo que describís me trae el gusto por esos pequeños gustos!
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