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Un hongo y, para colmo, parásito sobre árboles
frecuentemente enfermos. ¡Puah! ¿Quién daría algo por él? U otro material
orgánico reseco… casi al final de su cadena de degradación biológica, ¡un
desecho! Sin embargo, la humanidad entera de aquellos tiempos… y del nuestro
goza de vida más digna y más plena, gracias a ello. Calor, luz, energía…
Una ínfima chispita que
anide en esa masa fofa y reseca que, avivada con algunos soplos, basta para
para generar una llamita. A su vez, ésta alimentada con ramitas, hojas secas,
astillas u otro elemento combustible menudo se transforma, luego, en una llama
que brinda calor, luz y que hace más posible a la vida. Esa chispita pudo
haber sido generada fortuitamente, por la caída de un rayo, por ejemplo y,
luego capturada por esa masa fofa que la multiplicó – para convertirse en fuego
beneficioso y en casos extremos, en dantescos
y destructores incendios naturales – a modo de renovación. Pero en
general, es ello fruto de la voluntad, de golpear el pedernal con eslabón para
provocar chispas o de ir generando calor por frotamiento entre sí de elementos
de madera, en presencia de esa materia fértil para ignición que es la yesca. Todo lo cual
implica experiencia, maña, esfuerzo y mucha perseverancia. Digamos, finalidad,
voluntad y mucho tesón del hombre. Obviamente, al presente ya no recurrimos a
esos métodos para encender y generar calor y energía. Sin embargo, el concepto
permanece, aunque sea como figura.
A la yesca le encuentro
una gran afinidad con la vocación de maternidad – por la predisposición de
recibir siempre y, luego, alojar en su seno las chispitas de la vida,
alentarlas a que prosperen y cuidarlas para que crezcan; consumiendo la madre
para ello su propia vida, por amor. Ese amor que consume pero que, paradójicamente,
al mismo tiempo renueva y enriquece; a la manera de un círculo virtuoso: Darse
totalmente para descubrir luego que en devolución se recibe mucho más… sin
haberlo pretendido.
Al inicio estaba la yesca,
siempre dispuesta a albergar la chispa que en dado momento impactaría en su
seno, ávida de entrar en ignición y de consumirse abnegadamente para dar lugar
a una llamita…
Escrito en el mes que
celebramos el día de la madre.
Estanislao Zuzek
Qué lindo homenaje para las madres, Estanislao!
ResponderEliminarMe gustó mucho esa metáfora escondida del "arder" como disponibilidad.
¡Muy linda esa metáfora de la yesca como actitud espiritual! Lo más importante termina siendo lo que parecía insignificante. Uno de esos cambios totales de paradigma de comprensión de lo real que son tan evangélicos.
ResponderEliminar¡Gracias Estanislao! Da mucho que pensar su Yesca.